29 | Decadencia

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Había una humareda que apestaba donde fuera que Iriadi iba. Mientras trotaba lo más disimuladamente que pudo, se obligó a taparse la nariz y la boca con su mano extendida. Naturalmente no funcionó muy bien, pues era demasiado complejo impedir que el aroma llegara hasta sus pulmones y la hiciera toser a cada rato.

Estaba corriendo a través del noveno piso del edificio, luego de que se quedara dormida dentro de la extraña capilla durante más de lo planeado. No había sido una siesta muy larga, solo que su estadía en ese lugar se extendió por sus dudas de no saber qué hacer.

Le dolían los párpados, además de la cabeza. Iriadi pensaba que ese breve descanso en vez de ayudarla a recuperarse, la había dejado peor.

Había salido luego de estar intimidada por su perseguidor. Si no ponía atención, podría encontrárselo rondando en los alrededores. Para su fortuna, el hombre parecía haberse marchado lejos.

De todas maneras para reducir el riesgo al mínimo, Iriadi no utilizó en ninguna ocasión algún hechizo, y, de todos modos, no era como que tuviera uno útil. Invisibilidad estaba inhabilitada y le quedaba alrededor de la mitad de su Congelamiento; Invocación le llevaría un arma a sus manos; y Flujo del Manantial le era absolutamente inútil. Estas dos últimas, si bien era capaz de activarlas, el riesgo de llamar la atención enemiga era poco rentable en comparación al beneficio obtenido. Podría hacerse con el arma de algún guardia muerto, y en el caso de Flujo del Manantial, mientras no contara con medios hídricos abundantes no sería provechosa.

«Es como si solo tuviera dos hechizos aquí, inaceptable», pensó ella.

Sin embargo, el hedor a quemado que se sentía venir desde los pisos de abajo, era una buena señal. Donde hubiera caos, también era posible que estuviera un aliado. Y si hablábamos de un incendio, que de por sí ya era raro, eso casi aseguraba que Bloaize había agitado las cosas con su maravillosa piromanía.

«Compañero, esta vez no huyas de mi». Él debía estar cerca, tenía una esperanza después de todo.

Los guardias no aparecían por ningún lugar. En cambio, parecía que el personal completo del área estaba combatiendo el incendio. Iriadi escuchó el griterío de hombres advertir que las llamas habían comprometido tres niveles, y entre las habitaciones más delicadas se encontraban dormitorios, almacenes y una sala de máquinas.

Era bastante feo el panorama. El rey Kantier debía estar con una vena hinchada en la frente. Y hablando de este, ¿Dónde se escondía?, ¿también se ocultaba estrictamente en un mismo sitio aquí abajo? No era como que a Iriadi se le antojara tirarle las mechas, pero ellos, como intrusos, habían armado un dolor de cabezas no menor para la guardia real. Un rey que no actuara con suficiente dureza era incompetente, aunque Kantier debía ser cualquier cosa menos eso.

No los culpaba, los egnaranos eran astutos por naturaleza, de ese tipo de gente callada, que de repente te sorprendía con algo que jamás te hubieras esperado. Ese había sido el papel de la nación a lo largo de la historia. No eran los bárbaros, tampoco los expansionistas ni los recelosos. Egnarian tenía sutileza para sus negocios, no peleaba batallas imposibles de ganar, y esta misión cabía en ese apartado (de la forma positiva). Por eso Iriadi seguía luchando, en parte. Su orgullo la guiaba a seguir intentando alcanzar el éxito, a burlarse delante de las narices de los velineses.

No tenía odio hacia la gente del norte, pues nadie le había hecho algo malo directamente. Pero no podía ocultar que se le había pegado cierta hostilidad hacia las cabelleras rubias y lavandas, hacia los ojos amarillos y verdes; también hacia esa piel morena bronceada y los rostros de pómulos pronunciados y orgullosos. ¿Cambiaría algún día esa situación?, ¿traería el futuro aquel día en que la división entre la Coalición y la Alianza Tervkiana ya no reinara en Hayinash?

Crónicas de HayinashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora