veinte

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Hueona deja de comer, si seguís así te vai a poner como morsa, y ningún mino en toda tu vida te va a pescar—La Michelle se paró junto a mi puesto y revisó el pan que estaba comiendo para después hacer una mueca de desagrado—¿No te da pena? —Insistió buscando mi mirada, pero yo ya estaba lo suficientemente acostumbrada a sus malos tratos, todos los días era lo mismo y a pesar de que por dentro me cagaba de miedo y las inseguridades quedaban a flor de piel, odiaba darle la razón y demostrar aunque fuese una mísera expresión.

—A mí más que pena me da asco, mírale esa cara, hueón. Parecís frutilla con tanta espinilla. ¿No hay ido a verte? —Murmuró esta vez la Lucía, uniéndose a la Michelle. Respiré hondo, el apetito se me había ido hace rato y la única hueá que quería era que se fueran y me dejaran tranquila.

Ya no lo soportaba más; cada día me miraba al espejo y veía mis defectos culiaos, y los hueones del colegio se esforzaban en recordarme siempre lo fea que era y el asco que daba. Me sentía sola y no sabía qué mierda hacer, mi personalidad también era inútil porque era una miedosa culiá que no se atrevía a decir nada. Yo sólo quería que me dejaran tranquila, que cuando mi mamá me preguntara cada día como me había ido en el colegio, yo pudiera decirle que bien, que tenía amigos, y no tener que mentirle, ni encerrarme en mi pieza a llorar porque no aguantaba más, porque ya no podía ignorar lo que me estaba pasando, porque cada vez era peor que la anterior y ya no podía controlar mis pensamientos negativos. No entendía qué había hecho mal. No entendía por qué me miraban despectivos, ni por qué era el foco de las bromas crueles.

¿Por qué me tenía que pasar esta hueá a mí?

—¡Di algo po, hueona tonta! —Insistió la Michelle golpeando mi mesa con la palma de su mano. Me sobresalté ante el susto que me dio el repentino golpe y cerré mis ojos por una fracción de segundo, esto era normal para mí, siempre pasaba y cuando no las pescaba se terminaban aburriendo y se iban.

Esta vez será así también, aguanta.

Sin previo aviso me quitó los lentes y se quedó viéndolos con una sonrisa maliciosa. Sentí una presión en el corazón y como nunca me asusté.

A mi mamá le habían salido caros, estaba sin pega y tuvo que pagar mis lentes con lo poco que tenía y a cuotas, ni siquiera iba por la segunda.

DevuélvemelosSupliqué, levantándome de mi puesto y tratando de quitárselos, pero me esquivó todas las veces.

Todos los que estaban en la sala presenciando la escena se quedaron sin decir nada o simplemente se hacían los locos o me miraban con pena. Odiaba esa hueá, si los hueones no eran del grupito que me molestaba, entonces eran de los que me miraban con compasión y lástima.

Ya no quería más.

No tenía amigos, para ellos era más fácil marginarme. Tampoco los culpaba, quizás yo tampoco sería mi amiga, por no decir que también sentía asco de mi misma... Odiaba todo de mí.

Era realmente patética, quizás hasta me merecía lo que me hacían.

—Ya oh, toma—Dijo al rato y tiró los lentes al suelo. Me quedé viendo si habían aterrizado bien, y cuando por fin atiné y me agaché para recogerlos, el pie de la Michelle dio contra ellos, pisándolos con satisfacción. —, ups.

La imagen de mi mamá frustrada y triste porque no teníamos como llegar a fin de mes se me vino a la mente bruscamente. Mi corazón se comprimió y las ganas de llorar se hicieron presentes sin previo aviso, tenía la vista nublada y me sentía impotente como nunca antes. Bajé la mirada y tomé los restos de los lentes.

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