cuarenta y dos

1.2K 88 28
                                        

Me sentía tan cómoda, como en casa, como aquel lugar seguro que todos teníamos, como si sólo la paz reinara en toda mi anatomía, como si mi corazón no cargara penas, ni tampoco miedos.

Además la fragancia que se desprendía, sin lugar a dudas podría estar toda mi vida disfrutando del mismo aroma y no me cansaría jamás. Era un sueño seguro, no era posible que la realidad se sintiera así de bien.

—No es un sueño.

Abrí mi ojo derecho primero al escuchar eso, la nuca del Damián se presentó en mi campo de visión y todo comenzó a tener sentido; me estaba cargando sobre su espalda. Noté que estaba babeando y me limpié automáticamente tratando de pasar desapercibida. ¿En qué momento había apagao tele? 

Íbamos ya por los últimos escalones de las escaleras de mi casa, miré por sobre mi espalda y caché a la altura en la que íbamos y me dio cosa por lo que me aferré aún más a él. Aún oía música provenir de abajo, sin embargo no veía a ninguno de los cabros. Lo último que recordaba era la historia que contó el Damián de cómo me había conocido.

Escondí mi cara en su espalda, tomando claramente ventaja de la situación y no pude evitar soltar una sonrisa. ¿Así de bien se sentía ganarse el loto?

Yo cacho que ni así podía describir la felicidad que sentía.

—¿A dónde vamos?—Pregunté somnolienta.

—A tu pieza—Respondió.

Arrugué el ceño al oír aquello y lo tomé por los hombros.

—¡No quiero!

—Pero si estai raja ya—Se burló.

—No es verdad—Dije amurrada, aún agarrándolo de su polerón.

—¿Ah no?—Me miró de reojo y me sonrojé. Posterior a eso siguió encaminándose a mi pieza.

Me quedé callada, la verdad era que no quería dormir, porque sabía que tendría que despedirme de él, y el día había sido demasiado bonito, no quería que se acabase, por mí y habría sido eterno.

Si por mí dependiera congelaría todo y me quedaría apreciando cada momento y recuerdo que tenía junto al Damián.

Aunque en mi corazón guardaba bajo llave cada palabra, instante, risas y penas que viví junto a él.

Pertenecían a mi tesoro más preciado.

—Damián—Lo llamé apenas me tiró sobre mi cama—¡ay!—fanfarronee cayendo de espalda.

—¿Mmh?

Sabía que mi lengua estaba más comunicativa de lo normal, y que quizás mañana me arrepentiría, sin embargo ya no había vuelta atrás porque no sabía lo que hacía.—¿Recuerdas cuándo llegaste a mi curso?

Asintió con una sonrisa de lado—¿Cuando te caía mal?

—Qué egocéntrico—Rodé los ojos—, en ese momento aún no sabía que me ibai a extorsionar con tus condiciones esas—moví mi mano junto a una mueca dibujada en mis labios.

—¿Entonces?

—Me molestaba conmigo misma—Confesé —, y mucho.

—¿y eso?

—Porque me interesaste desde el minuto uno, y eso era lo que más me molestaba. Odiaba sentir que algo de ti me atraía—Me crucé de brazos aún avergonzada por admitir aquello, además el Damián tampoco estaba ayudando mucho, porque su maldita sonrisa nadie se la podía quitar.

Pero amaba esa sonrisa, porque sin darme cuenta, cautivó mi corazón en un segundo.

Se puso rojo igual pese a su mal intento de verse seguro.

CondicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora