veintitrés

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Apenas vi al Damián tirado en el piso por el golpe que le propinó su hermano, me armé de valor y salí de mi escondite, aunque a nadie le importaba porque la Millaray sólo gritaba aterrada y a pesar de haberlo dejado en el piso, el Vicente no paraba y siguió golpeándolo, tirándose sobre él.

El corazón se me iba a salir por la garganta. Me sentía asustada. El Damián estaba recibiendo golpe tras golpe, y su hermano no paraba, estaba como una bestia.

—Somos hermanos culiao, ¿cómo pudiste hacerme esta hueá? —Gritó exaltado, pegándole con más rabia.

—¡Para por favor! —Supliqué, llamando la atención de todos. Mi cuerpo estaba temblando como nunca y mi voz sonaba quebrada.

El Vicente me miró con cara de pocos amigos para después soltar una risa amarga, la cual no me hizo nada de gracia. Dejó de pegarle al Damián, soltándolo bruscamente del cuello de su camisa y aproveché mi oportunidad para agacharme y acercarme rápidamente a él. Levanté su rostro con cuidado, el cual tenía una herida en el labio, ensangrentado. Solté un grito ahogado y sólo atiné a estrecharlo contra mi pecho.

—¿Por qué...?—Susurré, tratando de evitar ponerme a llorar. No podía creerlo, su hermano estaba malinterpretando todo.

Y aún así el Damián recibió cada golpe, ahora tenía sus ojitos cerrados y una mueca de dolor.

—¿Por qué lo defendís? ¿Acaso no te dai cuenta que te estaba cagando a ti también? —Me habló alterado.

Lo miré con los ojos inyectados en rabia y el hueón se dio cuenta, callándose altiro. Muy hermano del Damián era, pero los dos eran completamente diferentes.

—Tú erís el que no se ha dado cuenta de ninguna hueá. Mal interpretaste todo, ¡y mira como dejaste a tu hermano! —Le reproché con los ojos llenos de lágrimas. Tenía mucha rabia. Se atrevió a dañar lo más valioso que tenía, y se me partía el alma saber que su hermano lo había tratado de esa manera por un error. Apreté la mandíbula, y quise contener las lágrimas, pero no pude.

Me dolía.

Porque sabía lo mucho que el Damián quería evitar dañar a su hermano. Jamás tuvo malas intenciones, y él también fue una víctima de todo esto.

Ni siquiera fue capaz de defenderse ante el Vicente, a pesar de que éste estuvo errado.

La Millaray seguía callada, sin intenciones de aclarar la confusión, a pesar de la mirada perdida de su prometido.

Abracé aún más fuerte al Damián y besé su cabeza, susurrándole que todo estaría bien.

—Yo te explicaré todo, amor... Pero vamos a otro lado por favor. —Habló por fin la protagonista de todo este drama. El Vicente frunció el ceño y justo cuando ella iba a tocar su brazo, éste se soltó bruscamente, mirándola con desprecio.

—No me toques.

Volvió a mirarnos sin una pizca de arrepentimiento y se fue por la dirección contraria hecho una furia.

La Millaray camino con intenciones de seguirlo, pero antes de que pudiera desaparecer, murmuré:

—Ni se te ocurra contar la historia a tu favor. Si llegai a mentir te juro que te vai arrepentir. —Le advertí sin compasión alguna, esperando que mi mirada delatara mi repudio total por lo que había pasado.

No dijo nada, sólo me quedó mirando por un rato, sosteniéndome la mirada y tratando de verse intimidante, sin embargo no funcionó.

Posteriormente se fue a paso rápido, persiguiendo al Vicente.

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