cuarenta y cinco

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Damián



—No sigas evitándolos—Quiso aconsejarme la Lita, mientras se sentaba en mi cama con cuidado—, están en el comedor esperando hablar contigo—Habló en un susurro buscando mi mirada. 

—No es tan simple.

—Pero puede serlo—Sonrió débil, apretando mi mano, queriéndome dar ánimos.

Miré su rostro, perdiéndome en la dulzura de él. Con sólo verla una eterna tranquilidad me abrazaba, haciéndome creer que todo estaría bien si permanecía junto a ella. Tuve un pequeño deja vu de cuando era chico, y peleaba con mis papás o me retaban por alguna cagá que me mandaba, siempre mi refugio era la Lita, malcriándome con rico pan amasado y pasteles hechos por sus propias manos.

Luego escuchábamos tango toda la tarde y me hacía reír con sus viejas historias o simplemente la ayudaba a cuidar su jardín lleno de hermosas rosas y calas, sus favoritas.

Solté un suspiro pesado—Lo haré por ti—Me levanté de la cama y luego apoyé mi mano sobre el pomo de la puerta.

Voltee a verla.

—Hazlo por ti, Damián—Se llevó una mano al pecho con súplica.

Bajé la mirada y asentí, saliendo por fin de mi pieza.

Apenas puse un pie en el pasillo principal, sentí las miradas de mis papás llenas de emoción. Mi mamá soltó un gritó ahogado y luego corrió a darme un abrazo.

—¡Te he extrañado tanto!—Confesó estrechándome contra ella. Su rico olor inundó mis fosas nasales y cerré mis ojos mientras le devolvía aquel abrazo lleno de nostalgia—¿has estado bien? ¿comes todas tus comidas?

Asentí. 

Se veía cansada.

Mi papá estaba tras ella y apenas mi mamá me soltó, él me abrazó de un tirón.

—Mi Damián, ¡qué alegría verte!

—Sólo ha sido un mes—Hice una mueca.

—¡Casi dos meses!—Me corrigió mi mamá mientras me hacía cariño en la cara.

Me alcé de hombros.

—Lo mismo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y volvió a darme un fuerte abrazo.

—Vuelve—Pidió desesperada—, por favor, mi amor.

Mi pecho dolió y me mordí el labio por dentro para no dar ningún indicio de debilidad.

—Ustedes no me creyeron—Murmuré tenso.

—No digas eso—Susurró ella—, el Vicente nos contó una historia completamente diferente.

—Es verdad, hijo, cuando nos contó lo sucedido, nos pintó las cosas de otra manera.

—Pero le creyeron, siempre le han creído a él—Acusé sin poder evitarlo, luego tragué saliva y solté un suspiro—. Ni siquiera fueron capaces de escuchar mi versión—Me senté en el sillón floreado y me pasé las manos con la cara con frustración, recordando todas las veces que tomaron el lugar de mi hermano, y éste se aprovechaba de lo mismo para culparme de todas sus maldades.

CondicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora