Capítulo XV

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Incliné la barbilla hacia la puerta cerrada y mis guardias la golpearon. No lo suficientemente fuerte para derribarla, pero si con bastante firmeza como para declarar que ésta no era una visita amistosa.

La muerte de Jasprit pesaba sobre mi. Aun no estaba segura de haber comprendido del todo que había sido asesinado, pues cada vez que miraba a mis guardias esperaba verlo ahí.

Cuando anoche Cálfen me arrastró de vuelta a la habitación, me había derrumbado en sus brazos, por más embarazoso que eso fuera, pero era la única persona que tenía para apoyarme.

Mis sirvientas habían llorado conmigo, pero muy lejos de mi. No quería entrar en la mente de mis soldados temiendo que me encontraran culpable de su fallecimiento.

Era la primera muerte que ocurría bajo mi soberanía. No recordaba con exactitud cual había sido la última ejecución de mi padre, pero si su rostro mientras ordenaba una muerte. Él había estado tan sereno, casi aburrido, como si no estuviese realmente condenando a alguien con la pena máxima.

No creía que yo pudiese hacer jamás algo así. No me creía capaz de acostumbrarme tanto a la muerte que la viese con normalidad.

¿Cuántas muertes más de mi gente tendría que soportar o cuántas debía yo misma de sentenciar?

Era ya el tercer y último día de la asamblea y no podía irme sin el cuerpo de Jasprit, pero si me lo llevaba a casa y lo enterraba en Valheu, estaría declarando que estaba bajo mi dominio cuando asesinó al rey de Diaesia.

Cada parte de mí sabía que él no había sido, y estaba delante de la habitación del verdadero culpable.

Si Galicia admitía haber incriminado a Jasprit, podría llevármelo. Aunque dudaba que Hafiz fuese tan complaciente, tenía que intentarlo.

-Adelante- escuché decir del otro lado.

Ordené a mis guardias quedarse afuera, no necesitaba más malentendidos, y entré.

Lo primero que noté fue que la habitación era más espaciosa de la que a mí me habían asignado. Y en segundo, que no había nadie más que una persona a medio vestir.

Me quedé callada, considerando la posibilidad de haber imaginado aquella voz darme la entrada, pero el hombre me enfrentó, apenas abrochando su camisa. Alzó sus cejas como esperando a que hablara.

-Busco al rey Hafiz.

Me aclaré rápidamente la garganta cuando mi voz salió aguda.

-No pareces el tipo de mi padre- dijo mirándome de arriba a bajo, sin verse para nada impresionado.

Me debatía entre el enojo por tal humillación o la sorpresa de saber que estaba frente al príncipe heredero de Galicia.

Lo observé de la misma manera en la que el hizo conmigo, tomando nota de su complexión y analizando cuales podrían ser sus puntos débiles. Antes de que pudiera taparse por completo, noté las cicatrices que atravesaban su piel. Era demasiado pálido para alguien que vivía bajo el ardiente sol luchando de manera salvaje, como tenían por costumbre los galenos. Su oscuro cabello solo hacia que su tez resaltara aún más.

Tenía una horrible cicatriz que iba desde su clavícula hasta el inicio de su cuero cabelludo.

No le vendría mal que Jedec lo revisara.

-Tu no pareces el hijo de Hafiz- contesté de manera infantil.

Apreté los labios, arrepintiéndome un segundo después de que hablé. Tomar en cuenta sus provocaciones solo retrasaría llevar a cabo mis objetivos. Además, eso demostraba lo joven e ingenua que era. No necesitaba que nadie más me viese con inferioridad.

-¿Pretendes que eso sea un insulto o un halago?- preguntó abrochando los botones de sus mangas, pero cuando no lo logró al instante, optó por ponerse una chaqueta emblemática de su tierra encima para cubrirlo.

Sin paciencia y sin sentido de la responsabilidad de dar una buena imagen en un evento tan importante como este, noté.

Sin duda Hafiz no lo estaba entrenando para nada bien. ¿Cómo es que él logro posarse en el título de príncipe heredero?

Cuando baje la vista a sus manos ásperas, lo recordé. El había matado a todos sus hermanos.

-No me interesa como lo tomes- me enderece cuando avanzó hacia mi, deseando poder ser más alta, pero mi postura debía bastar para demostrar que estaba por encima de él. Yo ya era una reina. –Estoy buscando a tu padre. ¿Dónde está?

-¿Por qué no me dices a mí que es lo que quieres de él?

Estuve a punto de dar media vuelta, dándome por vencida con él, cuando volví a pensar en una manera de acabar con Hafiz. Antes había estado muy segura de querer darle muerte, pero ahora que Jasprit acababa de ser asesinado, no quería una sensación similar. Aun cuando yo no fuese la responsable directa, la muerte de Hafiz también pesaría sobre mi.

Sin embargo, si lo dejaba vivir, el causaría más homicidios de los que pudiera contar. Y tenía en la mira a Valheu.

Prometí hacer cuanto estuviera en mi para proteger mi tierra cuando recibí la corona. Y era momento de cumplir mi palabra.

Si solo alguien de Galicia podía matarlo, ¿quién mejor que su hijo?

Consideré cuales podrían ser los pensamientos del príncipe Essrian cuando asesinara a su propio padre, pero no parecía remotamente afectado con la sangre de sus hermanos manchando sus manos. Intuía que sería lo mismo con Hafiz.

Si era tan impaciente que no se podía tomar el tiempo de abrochar un simple botón, debía de estar más que deseoso de finalmente obtener la gobernatura de Galicia. Y de acuerdo a lo que su padre había comentado en la primera cena, el pretendía reinar por mucho más tiempo.

Si motivaba lo suficiente al príncipe Essrian para que tomase la corona, también debía asegurarme que dejara en paz a Valheu.

Él estaba comprometido con la princesa Daeva de Everuna, pero podía adivinar que él no estaba realmente comprometido para que se llevará a cabo su futuro matrimonio.

Además, en Galicia primero debías ser emperador antes de casarte. Así que ni siquiera era algo seguro que fuese a ocurrir esa unión.

Si lo ayudaba a conseguir la corona de su padre, estaría aunque fuese remotamente agradecido conmigo, y tal vez aceptase la mano de Elise. Así ella obtendría lo que quería.

Suponía que su deseo de gobernar le permitiría ignorar que sería reina consorte, y además, Essrian no era desagradable a la vista a pesar de todas sus marcas de guerra. Elise y él se llevarían muy bien, ambos tan salvajes.

Pasaríamos de ser atacados por Valheu a tener relaciones con el imperio del continente.

-¿Crees que un príncipe heredero pueda cumplir la peticiones de una reina?- cuestioné inclinando mi cabeza ligeramente en un gesto de interrogación.

-Pruebame- respondió cruzándose de brazos, claramente molesto por subestimarlo.

Estaba cayendo tan fácil. Agradecía ahora la actitud tan bárbara de mi hermana, pues ella me había proporcionado entrenamiento con los de su tipo.

-Deseo llevarme el cuerpo de mi soldado a Valheu sin que la reina Yaria se entere, o que si lo hace, no nos declaré la guerra por tomarlo.

Sonreí, sabiendo que él no tenía el poder para ello. Ni si quiera yo, siendo una reina podía evitar tal confrontación. Mi única esperanza era su padre, pero ya que estaba tan desesperado por demostrar que poseía alguna especie de poder, había hablado tan pronto y ahora quedaría en ridículo.

-¿Crees que podrás?

Lentamente alzó las comisuras de sus labios, extendiendo una sombría sonrisa que solo acentuaba sus cicatrices.

Eran los ojos de un gobernante los que me devolvían la mirada.

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora