Capítulo XLI

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Mientras Ecnir me acicalaba, pensé en cómo se sentiría sirviendo a Elise después de que había dejado en claro que su lealtad me pertenecía. ¿Sería difícil para ella cambiar de parecer y darme la espalda a fin de ganarse el favor de la nueva reina?

La parte egoísta de mi deseaba que no, que se mantuviera fiel a pesar de las adversidades venideras, pero por otro lado, esperaba que hiciera justo lo contrario a mis deseos para que pudiera sobrevivir.

Si en algo conocía a Elise era que hacía todo con ferocidad, por lo que podía anticipar que su venganza sería implacable. No podía liberarme de su furia y ni siquiera quería intentarlo. Si yo estuviese en su lugar no tendría misericordia contra las personas que asesinaron a mi padre y me obligaron a vivir como un pordiosero para ellos regordearse con lo que a mí me pertenecía.

Tenía la esperanza que solo se enfocará en nosotros tres y dejase en paz a todos los demás. Gevír, la esclava de mi madre, Myrill, mi mejor amiga, mis soldados, mis sirvientes directos, Anila, Dattelo...Esrrian.

Cerré los ojos cuando la imagen del príncipe heredero invadió mi mente. No tenía que preocuparme por él, era lo bastante fuerte e importante para permanecer fuera del alcance de Elise. Y justo ahora me preparaba para verlo.

Si hubiera en mi la malicia de mis progenitores, usaría la influencia que aún tenía para sabotear su ascenso. Podía recurrir a Esrrian, la reina Iona e incluso a Everuna. Pero no quería ser igual a ellos, así como tampoco quise seguir los pasos del difunto rey en cuanto a su modo de gobernar.

Había estado tan motivada a producir un cambio significativo durante mi soberanía, tan impactante que incluso sus beneficios perdurarán por generaciones, pero el tiempo que reinaba había sido muy corto y aunado a ello, muy problemático.

Primero tuve que enfrentarme a quien yo creía que intentaba arrebatarme mis logros, después al Parlamento que quería manejarme a su conveniencia, posteriormente a la guerra contra Galicia, que aún no terminaba de arreglar, la muerte de mi más leal soldado, el sabotaje de mi madre, el abandonó de Myrill y por último, la verdad de mi procedencia.

Eran demasiadas cosas en tan poco tiempo, sobre todo para alguien tan joven como yo. Y ahora mi vida estaba por terminar en consecuencia de las transgresiones de mis padres. Había intentado actuar con rectitud y de todos modos sería tan culpable como ellos por tomar un lugar que no me correspondía.

Cuando Ecnir se alejó de mi para revisar mi joyero en busca de accesorios, bajé la barbilla y supliqué a la diosa Valheu por la seguridad de mi pueblo, le rogué que instruyera a Elise para que dirigiera esta nación con sabiduría y benevolencia. Sobre todo, que amara tanto a este pueblo como yo.

-Deja de atormentarte.

Abrí los ojos dando un respingo por el susto y encontré a Anila mirándome a través del espejo. Traía puesto un vestido que la hacia verse aún más diminuta. Verla fue suficiente para que el llanto volviera a surgir. Sintiendo gran empatía por mi, ella también comenzó a llorar.

-Ya basta- ordenó caminando hacia mi para golpear mi hombro.

Cuando Ecnir se dió cuenta de su presencia, estuvo a punto de gritar para alertar a los guardias, pero la detuve.

-Esta bien, ella es la Sacerdotisa.

Volvió la vista a la pequeña, reconociéndola. Apenas ayer habían abandonado el castillo y ahora se encontraba de vuelta por mi causa.

Ecnir asintió y volvió a su labor, mientras que Anila me miraba ceñuda entre lágrimas. Su rostro ya se había tornado de su habitual carmesí.

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora