Capítulo XLVII

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Gemí en protesta cuando todo mi cuerpo dolió al más mínimo movimiento. Era la misma sensación cuando había apagado el incendio del castillo, al haberme excedido respecto a la fuente. Ahora sabía que, verdaderamente podía morir si usaba más de la que podía manejar.

Con Besseth en mis pensamientos, me obligué a abrir los ojos, sin embargo, tuve que cerrarlos de inmediato cuando una luz abrazadora me cegó. Volví a intentarlo, estaba vez gradualmente, hasta que mi vista se adaptó a tanta luminosidad.

Mi mejilla estaba aplastada contra el duro y frío suelo, no podía moverme a pesar de no estar atada.

Desplace mis pensamientos hacia atrás, recordando cada uno de los eventos que habían acontecido. Quinientas veinticinco personas habían muerto en territorio galeno, incluyendo a mi madre y a Cálfen, junto con mujeres y niños, también Aruis y su familia. Esrrian, justo después de mirarme con adoración en la cabaña, me había traicionado.

Mis soldados se habían enfrentado a las bestias galenas, probablemente muriendo en el intento. Había drenado a Besseth hasta morir, pero por lo menos Anila estaba resguardada en el santuario, o al menos eso esperaba. Suponía que Elise y Almera seguían en el castillo, junto al resto de los sirvientes. Esperaba que Xavier hubiese resistido y protegido el lugar.

Tome una respiración profunda, haciendo que mi pecho y espalda doliesen por la expansión, pero me esforcé por moverme, cuando mis pensamientos me dirigieron a la última parte, donde Hafiz me había encontrado.

Mis brazos temblaron cuando levanté mi peso para apoyarme contra una de las paredes. Jadee por el dolor, pero conseguí sentarme. Necesitaba controlar mi respiración para evitar más dolor.

Me dediqué a mirar el interior de la habitación, dándome cuenta que se trataba de una celda.

Por lo menos aún llevaba toda mi armadura puesta, pero eso me hacía sentir más pesada. Consideré la idea de despojarme del armamento para levantarme, pero aún sin él no me creía capaz de ello. Necesitaba descansar por más tiempo.

-¿Asya?

Giré el rostro hacia la ventanilla de la puerta metálica que me mantenía prisionera, encontrando unos ojos conocidos.

Fruncí el ceño, deseando tener las fuerzas suficientes para matarlo.

Abrió la puerta, entrando al interior a la vez que cerraba detrás de él, demostrando que no me permitiría salir. Sabía que no debía confiar en él, siempre estuvo bajo las órdenes de su padre. El rencor, la ira y el dolor luchaban en mi interior. Si tan solo pudiese moverme, acabaría con él.

-Puedo decir, por la forma en que me miras, que crees que tuve algo que ver en todo lo que pasó.

Apreté los labios, sabiendo que no era capaz de pronunciar ni una sola palabra sin perder todo mi aliento. Lágrimas de rabia se derramaron por mis mejillas y aumentaron cuando se hincó delante de mi, limpiándolas.

Aborrecía cada parte de mi que tocó, maldecía mi ser, que no le fue oculto.

-Te juro por…- agachó la cabeza con derrota. –Realmente no sé porqué jurarte. Ahora lo más importante para mí eres tú y se que no vas a creerme, pero…

Me tomó gran esfuerzo mover mi rostro hacia la izquierda, alejándome de sus manos. Pero ni siquiera me permitió esa libertad.

-Mírame, sé que conoces mi alma tanto como yo la tuya, así que mirarme y descubre la verdad.

Mi barbilla comenzó a temblar, al igual que el resto de mi cuerpo, cuando los sollozos me atravesaron. Esrrian se sentó a mi lado, jalando mi cuerpo sobre si, envolviéndome en un abrazo.

-Lo lamento, Asya. Lo lamento mucho.

Acarició mi cabello con reverencia mientras guiaba mi cabeza hacia el hueco de su cuello. Me quemaba su cercanía, pero justo ahora no había nada que quisiese más que su toque.

-Esrrian, debemos salir de aquí- una segunda voz se hizo oír por la ventanilla de la puerta, y cuando nos vió, titubeó. –Tomense su tiempo.

Sentí su suspiro remover los mechones de mi cabello y posteriormente plantó un delicado beso en mi coronilla.

-Te llevaré a un lugar seguro.

Se puso de pie, conmigo en brazos, y le pidió a quien estuviese afuera que nos abriera. Después salimos al pasillo, que era casi idéntico a las mazmorras, así supe que me habían mantenido prisionera en el lugar con mayor seguridad en Galicia y Esrrian la había burlado con facilidad para llegar a mi.

Habían cuatro hombres y dos mujeres, todos ellos de gran tamaño, vistiendo ropas de combate. Cuando miraron a su líder cargandome, algunos sonrieron con burla y a quién reconocí como Rairoo, me miró como si me estuviese pidiendo perdón.

Debió de haberse alarmado cuando desaparecí abruptamente de sus brazos. Y por el moretón que adornaba su ojo derecho, Esrrian debió de haber estado furioso por ello.

Sentí lástima por él, pero seguía odiando que me hubiese llevado lejos cuando más me necesitaba mi pueblo.

-Haremos las debidas presentaciones cuando te recuperes- me susurró, abriéndose paso por en medio de sus hombres. Al pasar por los pasillos me di cuenta de todos los soldados descuartizados que cubrían el suelo empedrado, no habían sido muertes tan brutales, solo los habían sacado rápidamente del camino. Fuera de las mazmorras aguardaban caballos, reconocí de inmediato a Massia, que avanzó hacia nosotros, pasando su hocico por un costado de mi cuerpo.

-La encontramos- dijo dirigiéndose a su yegua justo antes de montarla, sin soltarme. Debía admitir que tenía una fuerza impresionante para haber logrado aquello sin dejarme caer en el proceso.

Todos los demás montaron a los otros caballos, y estos abrieron portales, llevándonos lejos de ahí.

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora