Capítulo IV

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-¿Has estado bien?- preguntó mi madre mientras comíamos en el gran comedor. Raramente lo usábamos si no habían banquetes o bailes que celebrar, pero esta mañana mi madre se había despertado de tan buen humor, que quiso hacer una fiesta de dos personas.

Salí de mis pensamientos y la miré. Siempre era un deleite ver sus rasgos tan finos y hermosos. Era como ver un reflejo del futuro que me aguardaba, pues cada centímetro de mi era idéntico a ella. No solamente su apariencia era divina, sino que todo su ser lo era.

Sólo gracias a ella podía continuar.

-No ha ocurrido nada de gravedad- le informé.

Después del imprevisto con la duquesa Rashika, toda la nobleza se había mantenido oculta. No sabía si era por precaución o si tramaban algo. De cualquier manera, estaba preparada para lo peor. Me preguntaba si solo liberando a la duquesa era que todos volverían a sus actividades. Pero aún no había pasado el tiempo estimado, así que suponía que estos días sin los buitres serían mucho más fáciles de sobrellevar. Aún más con mi madre de tan excelente humor que contagiaba a todos a su alrededor.

-No me refería a eso. Sino, ¿cómo te sientes tú?

No quería mentirle diciéndole que me encontraba bien, pues a pesar de haber quietud en mi reino, estaba lejos de haber paz.

Pasé mis ojos por el resto de los asientos vacíos. Mi tía Almera había declinado la invitación de mi madre de unirse a nosotras al desayuno, así que solo estábamos ella y yo.

Me pregunté si mi madre se sentía sola y por eso me había insistido tanto en venir aquí, para hacerme ver lo pequeña que era nuestra familia.

Sin embargo, aún sin que ninguna de nosotras lo quisiera, se había integrado un miembro más.

-¿Dónde está Elise?- pregunté cambiando de tema.

Mi madre carraspeó limpiándose con la servilleta la comisura de sus labios perfectamente pintados.

-No lo sé. No creí que estuviéramos en buenos términos, así que no la invité. ¿Te molesta?

Negué con la cabeza. Debía ser difícil para mi madre ver la encarnación de la infidelidad de mi padre. Tenía entendido que habían estado juntos mucho antes de que yo naciera. Así que mi padre debió de haberla engañado con una plebeya cuando ellos ya estaban en una relación.

-Si no la quieres cerca, no te obligaré a convivir con ella.

-¿Y tú?- me preguntó mi madre viéndome con ojo crítico. –¿La quieres cerca? Si es así, no me opondré a ello.

Estaba tan ocupada que apenas tenía tiempo de ver a mi madre, pero de todas formas quería que Elise se sintiera incluida para que dejara de ser una molestia.

-Es mi hermana, tengo curiosidad sobre ella.

Si tan solo pudiera limar las asperezas de mi madre contra el recuerdo de traición del antiguo rey, ambas serían una grata compañía para la otra mientras yo esté ocupada con la nación. A pesar de toda esa actitud prepotente y maligna de Elise, la creía incapaz de tratar a mi madre con nada más que con respeto. Después de todo mi madre siempre había tenido cierto encanto que apaciguaría incluso a la peor de las bestias.

No obstante, mi madre tenía muchas razones para detestarla, como el hecho de que quería quitarme mi reino.

-Entonces está decidido. Trae a esa chiquilla la próxima vez. Quizá puedas presentarnos formalmente.

Sonreí ante su amabilidad. Si estuviera en su situación tal vez no sería tan diplomática como ella.

-Muy bien. Ahora, debo retirarme.

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora