Capítulo XLVI

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Caí hacia adelante, aterrizando en el pasto de los jardines del palacio. Sin importarme estar a la intemperie, me hice un ovillo en ese lugar y lloré por todas las muertes de mi gente.

Ellos habían confiado en que los mantuviese a salvo y murieron de la peor manera posible. Todos ellos fueron mutilados a manos de las bestias galenas. Ahora conocía a fondo sus habilidades, no solo sus animales podían crear portales, ellos mismos se transformaban en atroces criaturas.

No teníamos ninguna oportunidad contra ellos. Solo nos quedaba defendernos hasta morir. Era demasiado rápido para que los demás reinos acudieran a mi llamado de auxilio. Y aún así, Cálfen había previsto que no sería suficiente si todos nos aliabamos. Galicia ganaría.

-¡Identifíquese!- escuché que gritaron a mi lado y cuando alcé la vista, una espada me apuntaba.

Uno de los soldados que custodiaban el castillo, Xavier, gritó nuevamente cerca de mi rostro. Abrió los ojos con alarma cuando se dió cuenta de quién era. Rápidamente guardó su espada y se postró frente a mi, rogando perdón.

-No la reconocí con esas ropas, creí que era alguien de Galicia. Han comenzado a desembarcar.

Me limpié el rostro con el dorso de mis manos, borrando cualquier lágrima y me puse de pie con violencia.

Podríamos no ser capaces de vencer, pero sin duda íbamos a pelear hasta el final. Me llevaría a la muerte tantos galenos como pudiese.

-Comunica a los generales, que todos desplacen sus tropas hacia la costa. Tú mantén a tus hombres aquí protegiendo el castillo. Ofrece refugio a todo valheumita que lo pida.

Antes de escuchar su respuesta, me dirigí al interior del castillo, directamente a mi alcoba. Ecnir se encontraba ahí, junto a las compañeras con las que siempre andaba. Todas charlando mientras limpiaban hasta el último rincón de mi habitación.

Cómo siempre, se veían tan alegres y calmadas, haciéndose reír mutuamente, que desee no alertarlas del peligro, pero su seguridad iba antes que su diversión.

-¡Majestad!- exclamó la mayor de ellas, provocando que todas guardasen silencio.

-Trae mi armadura- ordené a Ecnir, que rápidamente se dirigió hacia el armario donde guardaba todo mi armamento. –Vayan a la torre, alerten a todos los sirvientes. Galicia está atacando.

A pesar de mi advertencia, todas se quedaron a ayudarme a vestir. Trenzaron mi cabello de modo que no estorbara y me quitaron las ropas galenas, vistiéndome con las de mi nación.

-Quémenlas- musite señalando la vestimenta que me dió Esrrian.

-Cuídese mucho, su Majestad- fijó su vista en el collar que llevaba, notando que ya no emitía el débil brillo dado que la energía que guardaba ya había sido utilizada. Se quitó el anillo que de su dedo anular y me lo tendió. –Tiene la misma función- explicó agarrando mi mano cuando no lo tomé. Aún así, negué con la cabeza y se lo devolví.

-Ustedes lo necesitan más que yo. Ésta no es su lucha.

Sin tener tiempo para mentalizarme sobre lo que sucedía, me trasladé hacia la zona costera, observando los prominentes barcos tapizar el mar. Estaban anclados y bajaban de sus naves con energía, embistiendo hacia la orilla. Las tropas de los generales comenzaron a aparecer a mis costados, esperando mis órdenes. Me encontraba justo al frente, liderando a todos los soldados.

El corazón me martilleaba en la garganta y sentía unas inmensas ganas de vomitar cuando, cada vez, iban acercándose más y más.

Por lo menos ahora tenía la certeza de que no moriría a manos de Elise.

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora