Capítulo XXX

0 0 0
                                    

No sabía que tan sola estaba, hasta que quise revelarle a alguien mis tormentos y no tenía a nadie para hacerlo.

Myrill se había ido, y aunque mandase a alguien a buscarla, ella no deseaba ser encontrada. De seguro en estos momentos estaba en el éxtasis de la dicha al haber conseguido finalmente lo que quería, ser la esposa de Shadyc sin tener que ser reina.

Envidiaba que hubiera logrado sus objetivos y después hubiese sido capaz de huir de las consecuencias hasta donde no pudieran alcanzarla.

A pesar de todo, me era imposible no sentirme feliz por ella. Después de todos los altibajos que había tenido que enfrentar, ahora estaba disfrutando todo lo que alguna vez deseó. Solo esperaba que no se mantuviera apartada de mi por mucho tiempo.

Jasprit había muerto y mi madre no dejaba de presionarme para correr a Elise del castillo. Y mi hermana, ¿qué podría decir sobre ella?

Me estaba aferrando a la idea de una familia, pero ella no quería ser parte de nosotras. Estaba luchando contra el ciclo que mi padre había impuesto sobre mi, sobre dejar a la familia de lado. Yo intentaba reunir cada aspecto de mi vida, pero al intentarlo, no estaba haciendo nada bien individualmente. Todo era un desastre.

Sin embargo, a pesar de los problemas que tenía con ella, no quería darme por vencida. Sabía que podía lograr hacerla entrar en razón, solo necesitaba más tiempo.

Alcé la vista al gran reloj, que se cernía sobre mi. Me sentía impotente al no poder detener su caminar.

Tenía tantas cosas que arreglar y un periodo tan estrecho que me asfixiaba. Ahí, sentada frente al reloj, accedí a la fuente, transportandome de vuelta al gran árbol donde visité a Anila la última vez. No me sorprendió encontrarla trepada en una rama baja, esperándome.

La oí suspirar con cansancio y bajó del árbol para sentarse frente a mi. Para ser alguien que no podía ver, se movía con bastante seguridad.

-¿Ya has visto lo que voy a decirte?- le pregunté cabizbaja.

Sus ojos cristalinos se fijaron en mi rostro, como si me estuviese viendo, pero en realidad analizaba mi mente. No me molesté en reforzar mis defensas, le permití entrar con la esperanza de que pudiera entenderme.

Debía ser una reina tan patética como para solicitar soporte emocional en una niña diez años menor que yo.

-Si, pero de todas formas quiero escucharlo de ti.

Recostó su espalda contra el tronco del árbol, poniéndose cómoda, como si está charla fuera a extenderse mucho tiempo cuando en realidad sólo disponía de unos minutos antes de que mis guardias respondieran al silencio que provenía de mi oficina.

-Quiero que me ayudes a convencer a Elise, no solo de no matarme, sino de quererme.

Me tapé el rostro con las manos cuando me fue imposible resistirme a llorar. Todo lo que quería era ofrecerle mi familia, y que la aceptará gustosa. La vida había sido muy injusta con ella, no necesitaba ahondar en su mente para saber que todos sus años antes de llegar al castillo habían sido más allá de dolorosos y muy difíciles de soportar.

Quería ofrecerle una mejor vida, sustituir su agonía por cariño. Pero era como tratar de ayudar a un animal que había sido herido, no te permitirá acercarte y si lo hacías, te lastimaría pensando que también tú vas a hacerle daño.

Escuché la risa de Anila y me destapé el rostro para mirarla con enfado. ¿Se atrevía a burlarse de mi dolor? Sin embargo, cuando la miré con atención, sus risas se convirtieron en llanto.

-¿Sabes por qué no quiero ayudarte?- preguntó entre sollozos. –Porque he visto todos los futuros posibles en los que te sirvo y todos terminan en tragedia. Mueres tú y todos los que te rodean. Incluyéndome.

Tomé su pequeña mano entre las mías, desesperada por transmitirle mi sentir. Me aventuré a quitar mechones oscuros de su enrrojecido rostro lleno de lágrimas.

-Podemos hacer todo lo contrario a lo que aparece en tus visiones- ofrecí con desesperación. –Ayudame a esquivar ese destino.

Negó con la cabeza, apartándose de mi. Quitó con brusquedad su mano, y doblo las rodillas pegándolas a su pecho, abrazándose a sí misma.

Quería retroceder y retirar mi súplica, pero era vital que usará todos los recursos que tenia a mi alcance y eso la incluía a ella.

-Juro que si alguien tiene que morir, me aseguraré de solo ser yo.

Meneo la cabeza, tocando sus sienes con las palmas de sus manos. Quise entrar en su mente, pero me dejó totalmente afuera. No sabía que hacer.

De pronto, se limpió las lágrimas con su antebrazo y frunció el ceño.

-Deja de llorar- exigió con molestia, como si ella no estuviera haciéndolo también.

Me reí por su dureza, observándola ponerse de pie. Suspiró, con gran pesar, pero después sonrió pretendiendo que ese gesto nunca ocurrió.

-Y no te atrevas a morir- bajó la barbilla hacía el suelo, coincidiendo que sus ojos cristalinos enfrentarán los míos. –Valheu te necesita.

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora