Capítulo XXVII

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Me había encerrado en el castillo porque el ave de Esrrian no dejaba de seguirme. Incluso ahora estando en mi oficina, lo veía claramente a través de la venta, dando vueltas sin parar. Solo esperaba que nadie se atreviera a cazar al pobre animal.

Desconocía porque se había tomado la libertad de escribirme, pero había incinerado su mensaje en cuanto lo leí. Podría ser muy peligroso que alguien se diera cuenta de que el príncipe Essrian estaba entablando una relación diplomática conmigo. Esa información podría venderse a muy buen precio al emperador Hafiz, que sin duda no repararía en lazos sanguíneos a la hora de atacar.

¿Debería aventurarme a contestar su enigmático mensaje?

"Seguiré tu consejo"

¿De qué estaba hablando?

La última vez que lo vi haba sido en el Día del Tributo en Everuna. Me avergonzaba admitir que no recordaba mucho de aquella festividad. ¿Qué consejo le había dado en el estado en que me encontraba en ese momento?

No quería admitir mi imposibilidad de rememorar los hechos sucedidos en la fiesta, así que ¿qué contestaba?

Tome un pergamino en blanco, rompiendo una pequeña parte de él y moje mi pluma en tinta. Me quedé unos segundos con la mano lista para escribir, pero no se me venía nada a la cabeza. Quería tomar esta oportunidad de relacionarme con él para llegar a mis objetivos, pero no sabía que dirección tomar.

Volví la vista a la venta, hacia su ave acosándome y me decidí.

"¿Usas a tu halcón para vigilar mi tierra?"

De alguna manera se había enterado del incendio, y me lo había admitido en Everuna. Conocer su fuente de información era algo necesario. No estaba escribiéndole por el simple placer de hacerlo, él era un medio para un fin y era vital que hubiese un acercamiento.

Asentí a mis propios pensamientos, convenciendome de ellos.

Tomé una respiración profunda y me dirigí hacia la ventana, abriéndola. No sabía cómo llamar a un ave, pero este por si solo se acercó a la ventana posandose en el alféizar. Era tan enorme que abarcaba por completo el ancho de la ésta. De cerca parecía tan mortífero como Esrrian, podía imaginar a un animal como éste posado sobre su fuerte antebrazo.

Lo mire con recelo mientras introducía el pequeño papel en el recipiente metálico esperando que no me mordiera.

En cuanto terminé, el halcón salió volando rápidamente, aventando una ráfaga de aire que me sacudió el cabello.

Entrecerré los ojos hacia el cielo para seguir su dirección pero había desaparecido. ¿Así que no se iba porque no le había mandado una respuesta a su amo?

Sonreí, regresando a mi escritorio, revisando nuevamente la información que solicité de Cálfen.

Además de recopilar las viejas costumbres y las medidas específicas del Santuario, también había incluido una dirección. Repasé cada uno de los mitos y leyendas sobre mi nación, esperando encontrar respuestas, pero solo hallé más preguntas.

Necesitaba convencer a la pequeña s
Sacerdotisa de trabajar para mí. Eso era lo primero que debía hacer y todo lo demás sería mucho más sencillo con su ayuda.

Volví a ponerme de pie, solo para transportarme a la habitación de Ecnir, la compartía con tres sirvientas más. Era la hora de la comida por lo que las únicas ocupadas eran las cocineras, así que ellas estaban sentadas en el suelo jugando con cartas.

Antes de hacer notar mi presencia me permití observarlas en la tranquilidad. Todas parecían muy cómodas entre sí, riendo tan abiertamente. Una de ellas rió tan fuerte que produjo un gracioso sonido nasal. Todas estallaron en carcajadas y me fue imposible no reír por lo bajo.

Ante el sonido extraño interrumpiendo su momento, se giraron hacia mi. Cuando me vieron invadiendo su espacio, se pusieron de pie rápidamente, pateando las cartas bajo una cama en un desesperado intento de esconder su juego.

-Majestad- dijeron al unísono haciendo reverencias.

Podía sentir el temor emanando de ellas, por lo que sonreí tranquilizándolas.

-Voy a hablar con Ecnir, las demás salgan.

-No era nuestra intención- se apresuró a decir la mayor de ellas. Si no recordaba mal, su nombre era Phenie.

-No están en problemas- les aseguré. –En cuanto termine con Ecnir pueden proseguir con su juego, parecían muy entretenidas.

Se ruborizaron, y cuando volví a reír recordando el momento, ellas rieron conmigo.

-Con su permiso, Majestad.

Phenie reunió a las demás y salieron de la habitación entre reverencias y risotadas.

-¿En que puedo servile?

-Necesito un cambio de tu ropa y que te encierres en mi despacho. Haz un poco de ruido pero no le abras la puerta a nadie.

Me miró extrañada, pero rápidamente fue a un pequeño ropero, sacando un vestido violeta con detalles en blanco, los colores característicos de mi nación. Todos los sirvientes estaban obligados a portar prendas que los distinguieran de su trabajo directo en el castillo.

-Vamos- tomé su mano, transportandola junto conmigo de vuelta en mi despacho.

Me vestí rápidamente con su ayuda y guarde mi corona bajo llave, una que me guarde entre mi nueva vestimenta.

Había acudido precisamente a ella porque no cuestionaba ninguna de mis órdenes, así que se quedó en silencio viéndome prepararme para salir del castillo sin vigilancia.

Últimamente estaba haciendo todo lo que jamás pensé que haría. Apenas podía reconocerme. Si seguía tomando este camino, ¿hasta dónde llegaría?

Sentí un nudo en el estómago por el nerviosismo, pero me obligué a continuar. Necesitaba tanto de esa niña, especialmente para que me guiará hacia el destino que no terminaba en desgracia para mí familia.

Además, era importante que nadie conociera su existencia por el momento. Si los nobles la descubrían, podían atormentarla para que les desvelara el futuro. No podía esperar que la tratarán con honra si aún no seguían ninguna doctrina.

Debía organizar nuestros encuentros a escondidas, incluso de mis soldados. Si cualquier otra persona me veía paseando por las villas de los clanes, levantaría sospechas.

Quería proteger a la pequeña lo más que pudiera sin prescindir de ella.

No sabía su nombre o donde vivía, pero confiaba en que viera mis decisiones y sea ella quién me encontrará a mi.

-Puedes sentarte- le ofrecí a Ecnir, que con titubeos tomó asiento frente a mi escritorio. –Ya sabes que hacer.

La observé asentir con seriedad, antes de transportarme sin un destino preestablecido.

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora