Capítulo XXXIX

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Me senté en la cabecera de la mesa cuando mis tres invitados ya se encontraban ahí. Les había pedido quedarse a pasar la noche, dado que ayer no tenía los ánimos para proseguir con la investigación. Pero no podía posponer por más tiempo los asuntos del reino.

Era demasiado para procesar, así que no me había permitido analizar con claridad en lo que suponía para mí todo lo que ahora sabía.

Guardé todos esos pensamientos en el fondo de mi mente y me concentré en el presente. Tomé uno de los libros que estaban sobre la mesa y leí su portada. Había adquirido recientemente todos los ejemplares posibles que contuviesen información sobre la fuente.

Después de la restauración del castillo había vuelto mía la biblioteca, ahora que mi madre ya se había desecho de todas las leyendas que me eran de utilidad.

Bajé la barbilla intentando respirar con normalidad, pero esa simple tarea se había vuelto demasiado difícil. Muchos de mis súbditos habían muerto en el incendio e incluso culpé a Elise de ese suceso. Recordé como mi madre recibía a las familias de los fallecidos con una mirada de compasión y pena, intentando brindar un concuelo hacia el dolor que ella había provocado.

A mis ojos, era una persona integra. Emitía una vulnerabilidad que te impulsaban a querer protegerla. ¿Como había sido capaz de cometer semejantes crímenes?

-¿Te encuentras bien?

Alcé la vista hacia Aruis, que me veía confundido. Los demás también me miraron, dándose cuenta de cómo lucía. No necesitaba usar la fuente y verme desde sus ojos para saber que me veía fatal. Hacía dos días que no dormía, por lo que mi apariencia era lamentable. Me enderece en mi asiento, poniendo mis músculos en tensión y asentí hacia él.

-Deberíamos establecer las dudas para esclarecerlas- comenté en un intento por desviar la atención de mi. Afortunadamente funcionó porque Aruis volvió a hablar.

-Yo tengo una.

-¿Cuál?- preguntó Dattelo lentamente, con su voz rasposa. Me pregunté si le dolía su esfuerzo. Ya había sido un arduo trabajo el haberse trasladado de su hogar hasta el castillo.

-¿Quién metió a esa cosa en el pozo?

-¡No es una cosa!- saltó Dattelo golpeando la mesa con indignación. -Es una deidad.

-Discúlpalo- dijo Anila con una sonrisa avergonzada, pateando a su guardián por debajo de la mesa. Después se giró hacia él para responderle. -Hubo una familia original que pobló esta región, su jefe fue quién le creó un santuario a la diosa Valheu, esperando atraer su atención con sus ofrendas. Y así fue, la deidad escuchó sus ruegos...

-¿Qué ruegos?- preguntó Aruis interrumpiéndola.

Dattelo me miró con impaciencia, esperando que reprendiera al joven por su reprobable comportamiento. Podía decir que veía innecesaria su presencia aquí, pero intentaba ser indulgente con Anila, así que le permití asistir a la reunión. En realidad, si encontraba un propósito para su presencia, pues su visión era similar a la de cualquier otro aldeano dispuesto a volver a la doctrina.

-Quería protegerse de otras naciones. Así que la diosa creó la fuente, algo tangible para que sus servidores creyesen en sus nuevas habilidades.

-Entonces, si ya podían defenderse, ¿por qué la encerraron ahí?

-Ambición- respondió Dattelo agarrando un libro de la mesa y con manos temblorosas le mostró una ilustración de lo que se creía que era la fuente. La imagen destellaba, haciendo alusión a la deidad atrapada. -La diosa había puesto parte de su poder en la fuente para que pudiesen acceder a este, pero él preveyó que sería más fuerte si lo obtenía directamente de ella.

-Que desgraciado- escupió Aruis, ganándose un carraspeo de reprensión por parte de Dattelo, pero él lo ignoró. -¿Y él se volvió rey?

-Si- contestó Anila, ya que el anciano seguía refunfuñando por la conducta del aldeano. -Pero solo él, y posteriormente sus descendientes, fueron capaces de usar la fuente con mayor poder, ya que la familia real se alimenta de la diosa. Los demás valheumitas no.

-No entiendo- volvió a decir su compañero. -¿Yo me alimento de la fuente, pero ella se alimenta directamente de la diosa?- terminó señalándome.

Dattelo, que era ajeno a la verdad que ahora sabía, lo confirmó. Sus palabras serían ciertas si realmente fuese la hija del rey. Ahora Elise y Almera eran las únicas que podían extraer sus habilidades de aquella diosa.

Estaba agradecida de no haber dictado un entrenamiento para Elise, de haberlo hecho a estas alturas me hubiera vencido sin problemas. No obstante, ya que yo había estado entrenando desde mi infancia y el linaje de mi madre era casi perfecto, podía manipular la fuente con bastante facilidad.

-La encerraron sellando el lugar con sangre y un metal que provenía de Meliar- comenté leyendo un fragmento del libro en mis manos.

Era el territorio de la reina Iona. Recordé todos los colgantes que llevaba encima en la asamblea, hechos con un material muy peculiar. Ese debía ser el secreto de su reino, el crear metales tan fuertes que incluso podían contener deidades.

Me alegraba de haber establecido una relación con la reina Iona.

Aun rememorando ese encuentro, repetí sus palabras en mi mente. Desde los inicios de Valheu, se había instituido una alianza con Meliar, solo que ese lazo se vio interrumpido cuando accedió al trono mi padre...
O más bien, quién yo había creído que era mi padre.

-Lo bueno es que cuando la encuentres, vas a liberarla, ¿no es así?- inquirió Aruis pendiente de mi reacción.

El aldeano ya conocía que solo la familia real podía encontrar el lugar donde la diosa estaba aprisionada, debido al lazo que los unía. Cuando el primer rey la traicionó, tomando su fuerza para si, toda su prole se vió beneficiada y a causa del sello que impuso para que la deidad no pudiese salir es que solo sus descendientes podían dar con el lugar.

Debió de haber sacrificado a uno de sus hijos para ello, pues el lazo sanguíneo persistía a pesar del tiempo.

Asi que no solo le correspondía mi reino a Elise, sino que ella era quien podía liberar a la diosa.

Desvíe la vista hacia la ventana cuando ese hecho se asentó en mi mente y logré discernir una sombra surcar el cielo azul. Me levanté del asiento y me excusé con ellos usando la fuente para trasladarme hacia los jardines del castillo.

Cómo si me estuviera siguiendo la pista, Armhen batió sus alas hacia mí, aterrizando en una rama baja del árbol más próximo. Recordé que este fue el mismo lugar en donde vino a visitarme por primera vez. Parecía que había pasado una eternidad desde entonces, y sin embargo, el tiempo transcurría tan rápido que sentía que me asfixiaba.

Me acerqué al halcón, primero acariciando sus alas antes de acceder a la nota en su pata. Leí rápidamente el mensaje, que explicaba la celebración que tendría lugar en Everuna por la mayoría de edad del príncipe Kancell.

Y me quedé de piedra ante la última linea.

"¿Me harías el honor de ser mi acompañante?"

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora