Capítulo XXXVIII

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Junté las manos mientras observaba a tres individuos entrar en mi castillo. Era una combinación extraña viéndose desde ojos extraños, pero en este momento eran las únicas personas que podrían serme de utilidad, sin contar al campesino, él solo venía para asegurarse del bienestar de la pequeña Sacerdotisa.

Cuando estuvieron delante de mí, no les quedó más remedio que hacerme una reverencia. Dado que ya nos habíamos encontrado y jamás habían hecho ese gesto de respeto, ahora lo veía con incomodidad proviniendo de ellos.

-Por aquí- les insté cuando se pusieron de pie, Dattelo con un poco de esfuerzo por su avanzada edad, pero se empeñó en ocultarlo.

Los había mandado a llamar de manera oficial ahora que la construcción del Santuario estaba casi terminada, debíamos detallar la doctrina lo más que pudiésemos y dado que Moniuos tenía un amplio conocimiento sobre el pasado y Anila sobre el futuro, ambos eran de utilidad.

Intentaba no mirar a los ojos de la pequeña, pues no quería ver su expresión de suficiencia ante lo que había pasado anoche con Esrrian. Saber que ella estaba al tanto de todo lo ocurrido me ponía un poco nerviosa, sobre todo por la falta de intimidad.

Pasamos por la sala perteneciente a mi madre y me detuve de golpe cuando escuché mi nombre. No había sido pronunciado, más bien gritado a través del pensamiento. Giré hacia mis soldados, que venían detrás de mis invitados y me dirigí hacia Grouth.

-Lleválos a la biblioteca- ordené a la vez que Anila avanzaba hacia mi, tomando mi mano.

-No creo que sea buena idea que vayas- susurró con una expresión de pena.

-¿Voy a salir lastimada?- pregunté inclinándome hacia ella, ganándome una mala mirada por parte de Aruis. El chico era bastante sobreprotector.

-No físicamente- contestó. Sin embargo, volví a escuchar mi nombre, esta vez pronunciado con más ahínco y logré identificar la voz de mi hermana.

¿Qué hacía ella ahí adentro?

Me solté del agarré de la pequeña y avance hacia ahí, ordenando a los soldados que custodiaban la puerta que la abrieran para mí.

Pude escuchar en sus pensamientos que mi madre había ordenado no ser molestada, pero ya que era la reina, no tuvieron otra opción más que obedecer.

Cuando las puertas fueron abiertas, observé a mi madre frente a una temblorosa Elise. Instintivamente entre en las mentes de ambas, pero la de mi hermana seguía siendo un enigma, incluso para mi madre, que se encontraba molesta por ello.

-¿Qué está pasando aquí?- exigí interrumpiendo su reunión.

Elise giró hacia mi, con una expresión de alivio y corrió a mi encuentro, agarrando mi antebrazo con fuerza.

-No quiero volver- dijo con la voz entrecortada. Podía sentir el terror vibrando por todo su ser. –No le permitas que me regrese a ese lugar- casi estaba suplicando. Nunca la había visto en tan mal estado, ni siquiera cuando peleábamos. ¿Qué le había hecho mi madre?

Alcé la vista hacia ella, y solo me devolvió la mirada, transmitiéndome todo su disgusto.

-Te dije que iba a sacarla del castillo- dijo a modo de explicación por la actitud de mi hermana.

-Vuelve a tu habitación- le susurré quitando sus manos de mi, me había agarrado con tal fuerza que había dejado sus dedos marcados en mi piel. Sin pensarlo, rápidamente tomó la salida que le ofrecí.

Cuando estuvimos solas, caminé hacia mi madre con pasos tranquilos, muy opuestos a como realmente me sentía.

-¿Puedes decirme quién autorizó eso?

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora