Capítulo XLV

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Hafiz disfrutaba del pánico que sembraba en mi gente por la mera presencia de sus soldados. Ni siquiera había atacado de verdad y ya nos tenía dominados por la expectación.

No sólo era un fiero guerrero, sino que además era calculador, volviéndolo un oponente de cuidado.

Los clanes seguían rehusándose a obedecer, sin embargo, había logrado que unas cuantas familias accedieran a resguardarse en territorio galeno. Esperaba que su ejemplo sirviera para motivar a otros a actuar. Así podría salvar más vidas. El último clan que sabía que había huido era el de Aruis. De seguro aquello tranquilizaría a Anila para que pudiese enfocarse en el futuro y descubrir lo que éste nos deparaba. A pesar de que la instaba a practicar, aún no tenía control sobre las visiones, pues estás llegaban de forma aleatoria y repentina.

También, necesitaba cerciorarme de que mi pueblo estaba recibiendo un trato digno de los galenos, así que llamé a Ecnir para que guardase la corona y me transporté directamente a la isla, ya que había recibido la ubicación exacta.

La primera en recibirme fue la Sacerdotisa, que se mordía la piel alrededor de sus uñas en un gesto de nerviosismo. En cuanto me sintió, se aproximó hacia mi.

-¿Estás segura de que esto es lo correcto?- me preguntó tomando mi mano.

-No lo sé, ¿lo es?

-Justo ahora no puedo ver nada. Literal y metafóricamente- dijo esto último con una risa histérica. Su sentido del humor se veía afectado por su inquietud.

No le pregunté si había estado practicando, no quería ponerla aún más angustiada, así que en su lugar le di un trabajo en cuál enfocarse.

-¿Por qué no vas al Santuario y les dices al resto de los valheumitas que vengan hacia aquí? Puede que escuchen a la Sacerdotisa.

Asintió, soltándose de mí para hacer lo que le pedí. Creí que iba a llevarse a Aruis con ella, pero debía estar tan nerviosa que lo olvidó.

Avancé entre la pequeña multitud, pretendiendo que mi presencia aquí los tranquilizase y me dirigí hacia mis soldados, dándome cuenta demasiado tarde que estaban hablando con Cálfen.

Decidí ignorarlo y en su lugar, hablé con Waric.

-¿Cuántos han traído?

Todos hicieron una reverencia antes de responder. Waric saco un pergamino atado a su cinturón y lo abrió.

-Sé han registrado quinientos veinticinco valheumitas. Contando mujeres y niños.

No eran ni de cerca la cantidad total de civiles pero eran más de los que esperé que asistieran.

-Tu madre y Gevír ya están aquí. Pero no he encontrado a Elise y Almera, deben seguir en la torre.

Hice caso omiso de Cálfen, a pesar de que agradecía la información. Me di media vuelta, buscando entre las personas una cabellera negra.

No logré encontrar a Esrrian, pero divisé a Armhen en el cielo, que al encontrarme graznó en reconocimiento y comenzó a avanzar en dirección opuesta a mi, llevándome con su amo.

Lo seguí con una sonrisa, recordando nuestro último encuentro a la vez que comprobaba que mis ciudadanos estuviesen bien. Los galenos habían construido refugios en cuestión de días, donde entraban los valheumitas de manera ordenada, verificando que ninguno estuviese herido. Era más hospitalidad de la que creí que recibirían, sobre todo viniendo de prominentes hombres y mujeres con aspecto salvaje.

Antes de que yo lo encontrase a él, el príncipe tomó mi mano, impidiéndome el paso.

-¿Qué haces aquí?- preguntó imitando la sonrisa estúpida en mi rostro. Estaba lo suficientemente atontada por su presencia como para sentir vergüenza de mi.

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora