Capítulo XL

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Ahora que ya había arreglado todos los asuntos referentes al santuario y dado que no quería seguir pensando en la amenaza de Galicia, no me quedó más remedio que enfocarme en mi linaje.

Cálfen, el consejero real, era mi padre. El difunto rey no tenía nada que ver conmigo, por lo tanto, era una deshonra estar portando su corona cuando la verdadera heredera estaba con vida y dispuesta a todo para conseguirla.

Sabía que Elise debía ignorar que en realidad no éramos hermanas, de lo contrario habría usado eso en mi contra para desterrarme del castillo. Seguramente los únicos que conocían la verdad era mi madre y Cálfen.

Ya que contaba con esa pieza importante, todas las demás comenzaban a encajar en mi mente.

Desde el principio, cuando Elise había sido azotada y encarcelada, había estado a punto de morir de no ser por sus sonoros pensamientos de venganza. Tenía la certeza de que aquello había sido obra de mi madre, todo este tiempo fingiendo que hacía progresos con ella, realmente estaba saboteandola. Y el temor infundado de Elise hacia ella, era su instinto advirtiéndole del peligro. Incluso algunos comentarios de Anila escondían la verdad de mi procedencia.

¿Cómo no pude darme cuenta antes de todas esas señales que indicaban algo fuera de lugar? ¿Y ahora que debía hacer?

Había vivido como una princesa y posteriormente como reina, ¿sería capaz de renunciar a todo ello?

Había creído que Elise quería quitarme mi lugar cuando era yo quien usurpaba el suyo. Era una falsa reina gobernando una nación basada en traición.

¿Debería entregarle el trono?

Me preocupaba lo que pudiera hacer con tanto poder en sus manos. Ya había demostrado no ser apta para dirigir, pues el egoísmo era el impulsor de sus acciones. Además, no tenía ningún conocimiento. Dudaba que hubiese seguido con las clases que le impuse ahora que no tenía tiempo de verificar su instrucción.

Era una desdichada salvaje intentando huir de su pasado. Lo único que le importaba ahora era disfrutar de todos los placeres que la nobleza ofrecía.

Me había esforzado tanto por ser digna de la corona y resultó que no importaba cuanto lo intentase, el título que portaba no me pertenecía.

No era justo para nadie. Desde el principio, las acciones de mi padre al cometer adulterio, y mi madre engañándolo para conservar su estatus, todo lo que había luchado por ganarme el privilegio de gobernar y Elise, a quien le correspondía todo cuanto yo poseía.

En cuanto ella supiera la verdad no me tendría ninguna clemencia. Podría preveer que echaría del castillo a todos los que estuvieron relacionados conmigo, y si la diosa estaba de mi parte, nos daría una muerte rápida a mi madre, Cálfen y a mi por haber traicionado al difunto rey.

¿Lo correcto era cederle mi puesto, aún sabiendo que podría llevar a la ruina a la nación?

Además, ella no sabría que hacer con el inminente peligro proveniente de Galicia.

¿Debería esperar hasta que todo eso pase para revelarle la verdad?

Me puse de pie saliendo de mi habitación, dirigiéndome hacia la de ella para decidir qué camino tomar. No quería recurrir a Anila, pues ella solo me mostraría el futuro, no me ayudaría a escoger mis acciones. Tampoco deseaba saber si en el futuro sería lo bastante ambiciosa como para pretender seguir viviendo en la mentira, y quedarme con la corona.

Les ordené a los soldados que custodiaban mi puerta no seguirme y fui caminando con pasos lentos hasta la alcoba de Elise. Estaba tan sumida en mis pensamientos que no me molesté en tocar y simplemente entré.

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora