Capítulo XVIII

0 0 0
                                    

-Quiero que investigues esto- le entregué el pergamino a Cálfen, que lo tomó dudoso antes de abrirlo para leerlo.

-¿Para qué quieres esto?- preguntó frunciendo el ceño, provocando que se le hiciera una uniceja canosa. Bajé la vista de vuelta a los papeles sobre mi escritorio para evitar reírme. No es que Cálfen fuese poco agraciado, pero su temperamento y esas cejas pobladas nublaba cualquier rastro de belleza en él.

-Tengo una corazonada- respondí escribiendo más instrucciones que delegar. El Dia del Tributo de Everuna me hizo recordar nuestras propias costumbres olvidadas. Los nobles realizaban tantos bailes sin motivo que las festividades habían perdido su propósito y ya no se tomaban en cuenta. ¿Por qué parecíamos ser la única nación que había olvidado su esencia? La reina Iona había tenido numerosos dijes colgando de su cuello, e incluso Galicia no era indiferente a sus deidades por más crueles que estás fuera. ¿Por qué Valheu se había vuelto de esta forma?

Quería conocer de antemano la historia más antigua de la nación para determinar si era oportuno volver a traer de vuelta nuestras costumbres. Sería una forma de promover el nacionalismo y sería menos posible que se dieran las revueltas si los ciudadanos amaban pertenecer a esta tierra.

-Me parece totalmente innecesario- murmuró por lo bajo, pero logré escucharlo a la perfección.

-Dime, Cálfen- me puse de pie. –Si en este preciso instante viniera Hafiz y les dijera a mis súbditos que lo siguieran, y que a cambió no solo perdonaría sus vidas, sino que les daría una mejor vida. Claro que todo serían mentiras. Pero, ¿qué crees que ellos harían?- caminé lentamente hacia el. –Sé lo que tú harías. Tu venderías a todos aqui, y muchos piensan de la misma forma. Lo que quiero lograr es que los valheumitas luchen por si mismos, no que la cobardía y la avaricia los motive a traicionar a sus hermanos- me detuve delante de él. –Y no pedí tu opinión. Obedecerás a tu reina.

Endureció sus facciones con ira reprimida. Sabía la cantidad de impropiedades que estaba gritando mentalmente, pero mantuve mis escudos arriba para no recibir nada de ello. No quería otra confrontación entre nosotros. Aún podría serme de utilidad y rompería el corazón de mi madre si destituía a su más íntimo amigo.

-Como desees.

-Ya estás entendiendo- lo felicité dándole unas palmadas en la mejilla. –Y ya que estás en eso, también quiero que busques a un nuevo comandante y guardia personal. Alguien en quien confíes con tu vida.

-¿Por qué no escoges a alguien de tus soldados más cercanos?

-Porque ninguno quiere faltarle el respeto a la memoria de Jasprit tomando su lugar.

Cálfen no podía entenderlo, el no había sido cercano a mi soldado, así que era apático a su muerte mientras que al resto de mi guarda y a mi, aún nos seguía costando su perdida.

Estaba a punto de formarme una idea mental desagradable de mi consejero cuando recordé cuan cercano había sido a mi padre hasta que el murió. Su fallecimiento no había hecho mella en mi, pero de seguro en el si.

Me pregunté si el también me veía con malos ojos por no haber llorado en su memoria.

-Por hoy es todo- le dije despidiendolo con la mano. Hizo una forzada reverencia antes de irse.

Cerré los ojos, dejando caer mi cabeza hacia atrás con cansancio. La corona estaba bien sujeta, así que no se resbaló. Podía sentir como cada día envejecía un año por todas las preocupaciones que me sobrevenían.

Traté de poner mi mente en blanco, aunque solo fuesen unos momentos pero tocaron la puerta.

-Adelante- respondí recomponiendome.

Siiri asomó su juvenil rostro y cuando me vió, hizo una pronunciada reverencia.

-Su madre acaba de llegar de con la baronesa Sirione, Majestad.

Asentí recogiendo los papeles sobre mi escritorio y metiéndolos bajo llave en un cajón. Estuve a punto de decirle que se fuera cuando noté un brillante colgando de su oído con el símbolo de las princesas.

Elise la había hecho su esclava.

-Así que mi hermana te escogió- comenté guardando la llave bajo mi manga. No sabía cómo sentirme al respecto. Siiri había estado tan deseosa de servirme a mi, pero había aceptado pertenecerle a alguien más. Aunque no es como si tuviese otra opción más que someterse a ella. –No dudes en avisarme si te llega a tratar mal.

Siiri se removió incómoda pero no dio una afirmación. Le estaba pidiendo ir en contra de su naturaleza, pues cuando un esclavo era tomado, no podía ir en contra de su amo aunque le costase la vida.

Sería mejor si me diera prisa efectuando esas leyes.

Le hice un gesto para que saliera y ella tomo la oportunidad rápidamente. Suspiré con irritación. Sin duda Elise estaba poniendo a prueba mi paciencia sin siquiera proponérselo.

No tenía ánimos de caminar, así que use mi fuente para transportarme hasta la habitación de mi madre. La encontré sentada frente al espejo quitándose los pendientes de diamante.

-¿Cómo estás, cariño?- preguntó viendo mi reflejo. Ya estaba acostumbrada a que me apareciera de repente, así que no se asustó por mi intromisión.

-¿Cómo te fue en la reunión?- dije cambiando de tema. Mi madre sonrió, sin duda recordando algún suceso gracioso.

-Sirione puede ser una cascarrabias pero hace las mejores fiestas.

Dos sirvientas entraron para ayudarla a desvestirse, así que tomé asiento en su cama y agarré uno de los libros que tenía sobre su buró para darle toda la privacidad posible invadiendo su habitación.

Fruncí el ceño cuando reconocí el libro infantil que Myrill me había dado en mi quinto cumpleaños. Solo lo había leído una vez antes de que mi madre me lo confiscara. Para ese entonces ya no se realizaban las festividades de Valheu, pero ese libro describía uno de los rituales. Era algo tan simple como usar la fuente para alimentar a la misma. Describía un ciclo, como el de la lluvia, pero asemejándolo con la raíz de nuestras habilidades. Era una edición de bolsillo, así que lo escondí fácilmente entre mis prendas.

-Pueden retirarse- les dijo mi madre cuando terminaron de prepararla para dormir. –¿Y bien? ¿A que debo el honor de recibir tu valioso tiempo?

Se recostó a mi lado, pasando un brazo por mis caderas.

Le sonreí, agradeciendo que no estuviera tocando mi piel directamente para que no se diera cuenta de lo que había recuperado.

-Solo quería asegurarme de que llegarás con bien- le respondí poniéndome de pie. –Has de estar muy cansada, te dejo para que duermas.

Escuché como me lanzaba un beso, sin duda estaba un poco ebria. No me agradaba del todo que saliera hasta altas horas de la noche, pero en este momento me era de gran utilidad.

Me transporté hasta la puerta de la Biblioteca Real, dispuesta a encontrar respuestas ahora que las preguntas correctas comenzaban a formularse en mi mente.

Sin embargo, me detuve cuando vi la puerta entre abierta.

-Me asustaste- gire rápidamente el rostro hacia donde se encontraba mi tía Almera. Tenía un plato en la mano y una copa en la otra. Debía de estar viniendo de la cocina.

-Por cierto- dijo entrecerrando sus ojos. –Te llegó una carta de Everuna, la dejé en tu habitación.

Estuvo a punto de seguir su camino cuando ella también notó la puerta abierta de la biblioteca.

-Tu madre no para de dejar esto abierto, pero dudo que se haya dado cuenta en el estado en que llegó. Iba a llevarle esto para que su estómago se asentará.

Asentí dando media vuelta. No me interesaba entrar ahí sabiendo que mi tía estaba rondando el área, así que me dirigí a mi habitación, posponiendo mi investigación hasta mañana.

CORONA DE VALHEUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora