La Metamorfosis

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Con el pasar de los minutos, el viento se volvió cada vez más gélido y abrupto. En la acera, y a pocos metros de su lugar de destino, se caló más arriba la chaqueta. Frotándose los brazos por causa del frío, se dispuso a esperar por más minutos a la llegada de su hermanastro.

Los cabellos rizados y negros se le alzaron por sobre el rostro. Con un movimiento torpe, agarró un mechón y lo acomodó por detrás de su oreja. Observó a su alrededor, intentando captar la presencia de Miguel, pero en el intento, se exasperó aún más.

Miguel se estaba tardando demasiado. Habían quedado en juntarse en la esquina a las 9:00 am, y el reloj en su muñeca, ya marcaba las 9:15 am.

De tardarse más, probablemente las cosas se pondrían peor, si es que ya no lo estaban...

Luciano lanzó un quejido al aire. Sacudió despacio su cabeza.

—Apresúrate, menino Miguel... —susurró para sí mismo, y luego, apoyó su espalda en el tronco cercano de un árbol. Suspiró.

Allí, Luciano agachó la cabeza. Sintió el silbido del viento cruzando la copa de los árboles, y muy pronto, y sin poder advertirlo, su cabeza comenzó a divagar en un mar de pensamientos.

Los recuerdos de la noche anterior se le vinieron a la cabeza. Luciano sonrió nervioso.

Mierda... ¿realmente le había confesado sus sentimientos a Martín? ¿Realmente eran algo formal ahora? Y aparte... ¡¿Habían intimado?! Por un instante, Luciano sintió que no fue capaz de procesar toda aquella realidad; sintió un espasmo y se aferró más hacia sí mismo. Se sonrojó levemente.

Él y Martín, que habían sido buenos amigos hace años atrás, y que, por cuestiones caprichosas del destino, hoy se encontraban presencialmente en una ciudad lejana a sus países...

Hoy, después de muchos años, ellos... se encontraban, y se gustaban, aunque, lamentablemente envueltos también en una situación muy compleja a raíz de sus vivencias personales...

¡Qué jodida cosa más loca! Luciano sintió que la cabeza le dio vueltas, y escondió su rostro entre las manos.

''Mi casa es tu casa, Lú. Podés venir a la hora que quieras, cuando quieras, y a lo que quieras. Siempre serás bienvenido, y más si necesitas estar en paz. Yo siempre me haré un tiempo para vos. Sos importante para mí''.

Al recordar las palabras dichas por Martín en la mañana, Luciano sonrió con expresión melancólica.

—¿Tu casa es mi casa, dices...? —musitó para sí mismo, y luego, ladeó su cabeza. A unos metros desde la esquina, en donde yacía esperando a Miguel, Luciano observó la fachada de su casa. Sintió un malestar de inmediato; apretó sus labios—. No quiero llegar a esa casa... —susurró, sintiéndose angustiado—. Esa casa es tan... no sé, muito extraña, y... mi madre... ella ya no es la misma; es como si ahora fuese otra persona...

Se quedó pensativo por otros minutos. Cerró los ojos y suspiró. Se quedó inmerso en sus pensamientos, que poco a poco, se hacían cada vez más ansiosos.

A Luciano ya no le hacía feliz vivir en dicha casa, o, mejor dicho... ¡nunca le hizo feliz! El ambiente entre Héctor, Antonio, y su madre, que ahora estaba actuando realmente muy extraña a juicio de Luciano, era a veces muy sofocante y confuso.

Luciano se la pasaba todo el día encerrado en su cuarto, o todo el día en la calle. Cualquier cosa era mejor que presenciar las conversaciones vacías, clasistas y estúpidas de Antonio y Héctor en la mesa a la hora de cenar, o de soportar las discusiones y las explosiones de ambos, cuando las cosas no salían, o no se hacían como ellos querían.

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now