Estrechez de Corazón

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Héctor tosía desesperado, mientras la sangre le escurría por los labios. Miguel, shockeado por el episodio reciente, y por ver a su padre desvanecerse, arrastraba con ayuda de Antonio, a Héctor hacia la mesa. Cuando entonces lograron sentarlo, y con el paso de los minutos, Héctor pareció experimentar una leve mejoría, Miguel habló:

—Pa-papá... ¿estás bien? ¿No necesitas que llame a un doctor? La sangre... la sangre no deja de... de escurrirte...

Miguel temblaba. Sentía una opresión absoluta en el pecho, y, por unos instantes, sintió que aquello no era realidad.

—Es-estoy un poco mejor... —jadeó Héctor, secando con una servilleta, la sangre que del labio le escurría sin parar; Miguel observó aquello con inquietud—. Estoy... más estable; es solo que... la fuerte impresión, me provocó esto, y...

Miguel se sintió culpable entonces. Su padre, estaba experimentando aquello por su culpa.

—Es mejor que llamemos a un doctor —dijo entonces Antonio, y Rebeca observaba aterrada—. No se ve bien.

Luciano, que, con ira absoluta, observaba aquel escándalo desde el extremo de la mesa, guardaba silencio.

—Y-yo... sí, un doctor —balbuceó Miguel, sintiéndose fuera de la realidad—. Conozco uno excelente —musitó, temblándole el labio. Giró su rostro hacia Luciano, y sin pensar sus palabras, exclamó—. ¡Manue...!

Y se detuvo en seco, cuando al mirar, se percató de que Manuel, ya no estaba al lado de Luciano.

El puesto de Manuel estaba vacío.

Miguel entonces, cayó en cuenta, de todo lo que había ocurrido.

Contrajo las pupilas.

—Manuel... —susurró, de forma casi imperceptible—. Manuel...

Y cayó en cuenta, de que aquel episodio, que ante sus ojos se había visto tan rápido e irreal, de verdad había pasado...

Manuel había sido llevado por los guardias, y había vivido su rechazo.

Miguel sintió una fuerte punzada en el pecho.

Miguel sintió que el cuerpo se le puso rígido, y un dolor intenso le atracó en el alma. Y, sin pensar lo suficiente, se alzó de la mesa, y quiso ir corriendo hacia el exterior.

Antonio le tomó del brazo, y con cierta violencia, le volvió a sentar en la mesa.

Héctor observó aquello con ira.

—¡¿A dónde crees que vas?! —le dijo, iracundo—. ¡¿Vas hacia fuera?! ¡¿Por qué?!

Miguel, shockeado por entender la situación que ocurría, contrajo las pupilas. Las palabras no le salían de la boca.

—¿Acaso quieres ir detrás de ese muchacho, Miguel? —inquirió Héctor, observando la perpleja expresión de Miguel—. ¿Acaso quieres verme muerto, Miguel?

Miguel quedó pasmado.

Y cayó en cuenta, de que simplemente, no podía ir tras Manuel. Antonio, y su padre, simplemente no se lo permitirían. No podía hacerlo.

Sintió desesperarse.

—Debo ir al baño —mintió entonces—. Yo... iba al baño.

—Te acompaño —dijo Antonio, algo irritado—. Ahora somos prometidos; vamos junt...

—No —dijo Miguel, tembloroso—. Necesito ir solo.

Hubo un silencio muy tenso. Héctor observó irritado.

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now