Somos vulnerables

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La sensación que invadió en la totalidad de su cuerpo, fue la de una calidez inigualable. En los huesos, ya no carcomìa la sensación gélida de la madrugada, ni el dolor de la indiferencia. Sus extremidades, ya no se hallaban adormecidas, ni sus labios, temblorosos y amoratados por los grados bajo cero.

En lugar de todo ello, su cuerpo era arrullado por una exquisita sensación tibia y reconfortante, sobre el suave roce de lo que parecía ser un gran trozo de algodón.

Y Miguel, entonces fue abriendo lentamente sus ojos.

Y ante èl, lo primero que se extendió, fue el techo de su habitación.

Y a lo lejos, se oìa el fuerte sonido de la lluvia, cayendo a cántaros en el exterior.

Miguel entonces, se quedó allí, asimilando lo que ocurrìa.

¿No estaba muerto? O acaso... ¿era un sueño?

Desorientado, moviò un poco los dedos de sus pies, y pudo sentir el suave roce del cobertor tocando en su piel.

Sì; estaba con vida. Aquella sensación inconfundible del arrullo de su cama, era realidad, y por tanto, Miguel supo que su cuerpo y alma, no habían sido víctimas fatales de la gélida noche anterior, en el paso sobre nivel.

Estaba con vida.

—¿Por... por què?

Dijo, en un hálito imperceptible, tan perplejo y cansado, que apenas pudo mover sus labios.

¿Por què aquello estaba pasando? ¿Por què no habìa muerto en medio de la noche? Era ilògico... ¡lo último que èl recordaba, era el cielo en el frìo concreto en el paso sobre nivel! Y peor...

Lo que habìa pasado en la fiesta, con la pantalla gigante, y su anuncio.

El anuncio...

Miguel sintió una fuerte punzada en el pecho, y la amargura de seguir con vida, nuevamente le golpeò fuerte con el choque de realidad.

Miguel dio un profundo suspiro, y despacio, se llevò ambas manos a la cabeza, y quiso llorar.

Pero las làgrimas no salieron.

—E-es mi habitación... —susurrò para sì mismo, volteando su cabeza hacia el costado.

En su habitación, observó que estaba encendida la pequeña lamparita de su velador, la que, con una lucecita muy tenue y tierna, encendía con tono damasco la atmòsfera del lugar. Al otro lado, yacìa el calefactor encendido, propinándole un fuerte calor a su cuerpo. Sobre èl, se ubicaban por lo menos tres cobertores, arrullàndole y brindándole calor.

De la hipotermia, Miguel había pasado a tener muchísimo calor entonces.

—Estoy a salvo... —se dijo, intentando incorporarse, aùn sorprendido por tal escenario.

Cuando se sentó en la cama, entonces se mirò el cuerpo, y notò, que ya no tenía puesto el traje de la noche anterior. En su lugar, tenía puesto su pijama, el que era peludito, y muy abrigadito.

Miguel mirò a su alrededor, y pudo notar, que la puerta de su habitación estaba cerrada. Se quedó por unos minutos en silencio, y en el caos que yacìa en su cabeza, intentò ubicarse en la línea temporal.

Y de pronto, entonces se le vinieron dos imágenes a la mente.

Manuel en medio de la noche, arropándolo con la parte superior de su propio traje, y tomàndole en brazos, en medio de una desesperación que, a Miguel, le calò profundo en el alma.

Y, la otra imagen; Manuel conduciendo el vehículo de Martìn, a toda velocidad, mientras èl —Miguel—, le observaba recostado desde el asiento de copiloto...

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now