La Última Promesa

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Cinco días pasaron desde aquel entonces, y para Manuel y Miguel, las cosas no cambiaron. Para Manuel, aquello fue signo de lo que tanto temía; las cosas seguirían igual de desoladoras, y quizá cuántos días más, tendría que esperar a recibir una señal de interés por parte de Miguel.

O, si es que llegaba... porque, dentro de sus pensamientos ansiosos, Manuel tenía la posibilidad, de que aquello nunca más volviese a ocurrir.

La incertidumbre le tenía agotado.

En el jardín de su casa, aquella mañana se dedicaba al cuidado de sus plantas y de sus flores. El día lo tenía libre, y en su actual situación, Manuel intentaba de todo para rehuir de aquella ansiedad que ahora rondaba por su cabeza; leer libros, cuidar de sus plantas, e inclusive, retomar aquellas viejas tardes de ejercicio que solía practicar antes.

Pero no ayudaba en mucho. Perdía el hilo de su situación por un instante, pero al llegar a casa, o quedarse en la soledad de su despacho o su jardín, los pensamientos volvían hacia Miguel.

No podía negarlo; sus pensamientos, que volvían siempre hacia Miguel, eran como el río que buscaba su propio cause; Manuel no podía apartarse de ello.

-¡Auch! ¡Puta la weá! ¡Planta culiá! -se quejó a viva voz, enojado. Se pinchó un dedo con una espina; salió un poco de sangre. Con rabia, Manuel pateó la maceta. Siguió insultando al viento-. Ni una weá me sale bien, por la chucha. Agh...

Era uno de esos días, en que las cosas no parecían salir bien. Estaba malhumorado, y ni siquiera una actividad tan relajante para él, como el cuidado de sus plantas, le podían tener tranquilo ahora.

Manuel suspiró con mucho pesar, y se quedó en silencio por varios minutos.

De pronto, sonó una notificación en su celular. Manuel rodó los ojos. No tenía siquiera ganas de atender asuntos de la clínica. ¡Qué era su maldito día libre! ¡¿No lo entendían?!

-¿Quién está webeando? -preguntó, refiriéndose a ello-. Déjenme tranquilo weón, hoy día amanecí amargado. No quiero nada.

De mala gana tomó su celular y desbloqueó la pantalla; observó con expresión molesta. Cuando entonces apareció el remitente del mensaje, Manuel cambió su expresión.

Era su amigo Martín.

-¡Hola Manu! Mirá, vamos con Luciano de paseo a la playa; ¿te nos sumas? Me recomendaron una que se llama ''El silencio'', queda fuera de la ciudad. Nos vamos a quedar a dormir. Cualquier cosa decime si querés sumarte.

Manuel sonrió apenado, y suspiró. Se sintió mal por haber leído el mensaje, pensando en que era alguien con intenciones de molestar. Solo era Martín, su mejor amigo, intentando ser bueno con él.

Manuel sonrió melancólico. Eva, a un costado, de pronto maulló; Manuel la miró.

-Solo era Martín... -susurró a la gata, que le observaba atenta-. Me mandó una foto con Luciano; van en el vehículo. Me invitaron a pasear con ellos, pero me temo que les diré que no; mira... -De pronto, extendió la fotografía hacia Eva; esta observó curiosa-. Están felices, y se ven tan lindos juntos... me alegro por ellos. Es mejor que pasen una velada juntos, yo... estaría de más. Les voy a amargar el paseo. Prefiero que no.

Hubo un largo silencio. Manuel se quedó mirando hacia sus plantas, que, por causa del suave viento, se mecían melódicamente en un vaivén.

-Me da... un poco de celos, ver que están tan felices, iniciando una relación tan bonita, y yo... con Miguel... -susurró cabizbajo, sintiendo vergüenza; lanzó un fuerte suspiro-. Yo y Miguel, ahora somos como dos desconocidos; tan lejanos...

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now