El Ultimátum

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Cuando los primeros rayos de sol, traspasaron las cortinas, Miguel sintió el leve calor en su rostro. Despacio abrió los ojos, y frente a él, pudo ver a Luciano durmiendo, y abrazado a su pecho.

Miguel pestañeó despacio, sintiéndose algo confuso; se talló despacio los ojos. Observó hacia el techo de la habitación; había amanecido.

Despacio se irguió, intentando no despertar a Luciano, que aparte, roncaba levemente a su lado, signo de un buen descanso.

Cuando giró su cabeza hacia la silla del rincón, Miguel pudo verla allí claramente; Eva tenía los ojos muy abiertos, y las pupilas muy dilatadas; llevaba sus orejitas caídas, y tenía una expresión de mucho sufrimiento.

A Miguel se le partió el corazón.

—Mi niña... —susurró, alzándose de la cama, y caminando hacia el rincón—. Mi bebé; mi pobre bebé...

Eva observó asustada, y dio un maullido gutural, signo de sufrimiento.

A Miguel se le contrajo la garganta; Eva estaba sufriendo...

Rápido, se irguió desde el suelo. A un costado de Luciano, Miguel observó un celular.

Era el celular de su hermanastro...

Despacio, Miguel lo tomó. Lo desbloqueó, y para suerte suya, el aparato no usaba contraseña. Observó la hora; eran las nueve de la mañana.

Era una hora razonable, para poder asistir de urgencia al veterinario; Miguel lo decidió.

—Te llevaré al veterinario ahora; te pondrás bien, Evita; lo jur...

Miguel guardó silencio de pronto, cuando a su pesar, entendió la situación por la que estaba pasando. ¿De qué serviría, llevar a Eva al veterinario, si luego, debían volver al mismo infierno? ¿Si luego volverían a la misma habitación con Antonio, y Eva, volvería a sufrir los mismos maltratos? ¿Si volvería a ser testigo, de la bestialidad de Antonio? ¿De qué serviría?

Miguel se sintió abatido. Se echó de rodillas al suelo, y se quedó observando a la pared.

¿Qué podía hacer entonces? ¿Qué debía hacer en esas circunstancias, en que se encontraba tan enjaulado, tan restringido, y tan vigilado?

De pronto, para aumentar sus ansias, Miguel oyó en la sala, una voz retumbar con fuerza, y objetos moviéndose.

Y la voz era de Antonio; sonaba con una desgarradora aspereza.

—¡¿Dónde mierda está Miguel?! —se oyó con rabia; al parecer, Antonio le hablaba así a Rebeca—. ¡¿Dónde está?! ¡No lo encuentro por ningún sitio! ¡¿Dónde?!

Antonio comenzó a formar un escándalo. Los gritos llegaban hasta la habitación de Luciano, pero este, que dormía plácidamente, ni cuenta se daba. En lugar de despertar, lanzó un leve quejido, y con la almohada, se tapó la cabeza; siguió durmiendo.

Miguel sintió miedo. No podría llevar a Eva al veterinario, ni mucho menos salir de casa, después de no pasar una noche con Antonio, pues este, ahora estaba enrabiado por ello.

Y los gritos, se fueron haciendo más prominentes. Miguel se desesperaba, y Eva, cada vez observaba con ojos más llenos de angustia.

Miguel miró a los ojos de su amiga, y en sus pupilas distendidas, vio el sufrimiento en carne propia.

Eva estaba sufriendo maltrato, y estaba siendo, al igual que él, apagada. A su vieja amiga, ahora el pelaje no le brillaba; los pelos se le caían, y su nariz estaba seca. Sus ojos se veían llenos de sufrimiento, y sus maullidos eran de dolor y suplicantes.

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now