El nido vacío

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—Pe-pensè que había traído mi dinero... —dijo Miguel, vaciando su bolso sobre la mesa, y percatándose de que no traìa su billetera consigo—. ¡Te jurò que pensè la había traído!

Manuel, desde la cocina, sonriò apenado, mientras lavaba los trastes, después del desayuno que habían comido juntos.

—No hay problema, amor. No es necesario que uses tus ahorros en eso...

—¡Claro que es necesario! —bufò Miguel, cruzándose de brazos, y maldiciendo por lo bajo—. Esa fotografía es importante para ti, y yo la rompì...

Manuel cerrò la llave del lavaplatos, se secò las manos con un paño, y se desabrochó el delantal.

—Tranquilo, amor... —susurrò, caminando hacia Miguel, que estaba melancòlico en la mesa—. De verdad, no es necesario que gastes dinero...

—¡Pero la fotografía! —exclamò, frustrado—. La rompì, y te pusiste triste por eso...

Manuel sonriò con tristeza, y acariciò el cabello a Miguel. Este último alzò la mirada, con evidente amargura.

—Hagamos una cosa —dijo Manuel, en un tono suave. Alzò un dedo, y apretò suavemente la nariz a Miguel; este lanzó una pequeña risilla—. Si tan culpable te sientes por lo que pasó, te darè cinta adhesiva. —Miguel contrajo sus pupilas, y sonriò de forma leve—. No es lo mejor que tengo, pero... tienes que esforzarte. Deja la fotografía, lo mejor que puedas con ella.

Miguel asintió enèrgico, sonriendo.

—¡Sì! ¡La dejarè como nueva, lo juro!

Manuel sonriò, y besò la frente a Miguel. Se incorporò, y caminò hacia su habitación. Al pasó de unos minutos, volvió con las mitades de la fotografía, con cinta adhesiva, y una pequeña tijera.

—Todo tuyo —le dijo a Miguel, extendiéndoselas en la mesa—. Muestra tu habilidad.

Miguel dio un beso fugaz en los labios a su novio, y al paso de unos segundos, comenzó de forma hábil a recortar pequeños trozos de cinta.

Manuel le observó en silencio, y con una gran sonrisa en los labios.

Miguel se veìa muy tierno asì, concentrado en reparar la fotografía.

—Amor... —dijo de pronto Manuel, mientras Miguel aùn seguía concentrado en la reparación.

—¿Mh? —respondió, no apartando su vista de lo que hacìa.

—Se me olvidò... mencionarte algo.

Hubo un silencio, en donde solo se oyò el sonido de las tijeras, recortando los trozos de cinta.

—¿Mh? ¿Què cosa?

—No te lo dije antes, pero... en mis dìas libres, suelo atender pacientes también...

Miguel alzò su mirada, extrañado. Alzò una ceja, y ladeò su cabeza hacia un costado, como un cachorrito.

—¿En tu dìa libre? ¿Atiendes pacientes? ¿Còmo es eso?

Manuel sonriò algo nervioso, y se rascò la barbilla.

—Este... sì; atiendo pacientes.

—¿En la clínica?

—No, no; en la clínica no.

—¿Y entonces?

Manuel se quedó pensativo un instante, buscando la forma de explicarle a Miguel.

—Mira, pasa que... desde que somos novios, paso muchísimo menos tiempo acà, en el Callao. ¿Recuerdas que ayer, te dije que no podía quedarme contigo en el apartamento? Es, justamente, porque hoy tengo que atender acà...

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now