El niño herido

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Cuando Miguel salió corriendo de la clínica, el viento de la noche era muy fuerte y frìo en el exterior. Su cabello castaño y algo rizado, se alborotaba por causa de la gélida brisa.

—¡¿E-En què rayos estaba pensando?! —exclamò Miguel, avergonzado por el episodio reciente con Manuel—. ¡¿Què mierda fue lo que hice?!

Se quedó allí, parado fuera de la clínica. Las manos le temblaban del frìo —y la emociòn—, y tenía el rostro ardiendo del éxtasis.

Se sentía muy estùpido.

—¡¿Còmo pude caer tan bajo con ese cholo?! —exclamò—. Ay, Dios... ¡aunque sea un médico, sigue siendo un bellaco! ¡Vive en El Callao!

Miguel hablaba tan fuerte para sí mismo, que las pocas personas que pasaban por fuera de la clínica, le miraban con algo de miedo.

—¡Q-què horror! S-sì, está guapo, pero... —De pronto, la imagen de Manuel se hizo presente en su mente; el pantalón y su entrepierna ajustada, su mirada seductora, sus ojos verdes que tenían el aura de unos ojos felinos, su aliento caliente, sus manos grandes y su voz varonil; Miguel tiró un chillido, frustrado—. ¡Carajo, no! —exclamó—. ¡No puede gustarme ese cholo!

De pronto, la puerta automática de la clínica se abrió. Una nueva persona salió desde el interior. Miguel se volteò; era Manuel.

Este le mirò con el ceño fruncido, y le ignorò de forma magistral. Siguiò su camino, y comenzó a caminar hacia el estacionamiento.

—¡O-oye! —exclamò Miguel, ofendido por dicha actitud—. ¡Ven ac-¡

—¡¿Què?! —exclamò Manuel, ofendido también; volteándose desafiante—. ¿Vas a pegarme de nuevo?

Miguel se encogió en su sitio. Frunció los labios, nervioso.

—Bu-bueno... ¡tuve que hacerlo! —se defendió Miguel—. ¡Tù me estabas seduciendo!

Manuel no creyó lo que oìa. Lanzó un soplido de indignación.

—¡Yo ni siquiera te seduje! —se defendió Manuel, con justa razón—. ¡Tù comenzaste a coquetearme!

Si bien Manuel era seductor, muchas veces no lo hacía a propósito. Miguel, en cambio, coqueteaba a consciencia.

—¡¿Què?! —Miguel sabìa que era cierto, pero no pensaba darle la razón a Manuel; debía defenderse—. ¡T-tù empezaste! ¡Me sedujiste!

—Yo ni siquiera intenté hacerlo, Miguel.

—¡¿Ah no?! —reclamó, alzando los brazos, armando un teatrito cerca del estacionamiento; los colegas de Manuel veían extrañados—. ¡¿C-Crees que es muy fácil aguantar tenerte cerca de mí, sin que me pase algún pensamiento sexual por la cabeza?!

QUÈ.CHUCHA.HABIA.DICHO.

No, no, no. Miguel ya la había regado.

Pero, cuando se percató de lo que había dicho, ya era muy tarde. Tenía la cara roja como un pimentón, y de los más rojos.

Manuel estaba con los labios fruncidos y el rostro ardiendo.

—¡¿Q-què?! —exclamò Manuel.

Miguel tragò saliva, nervioso.

—¡Nada, huevòn! —le dijo, sin saber como cerrar el hocico para no regarla màs—. ¡Pe-pero que quede claro que tù comenzaste! Yo... yo solo me defendí.

Manuel le observó, manteniendo el ceño fruncido. Finalmente, lanzó un suspiro rendido, y se volteó para seguir su camino, dejando atrás al peruano.

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now