¿Señor Manuel?

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Era temprano por la mañana cuando Manuel, ajustándose el último botón en el cuello de su camisa, se asomó despacio por la puerta de su habitación.

Miguel aún dormía de forma plácida. No era de sorprenderse tampoco; era muy temprano y, de no ser porque debía partir a su trabajo, Manuel también aún dormiría en el sofá.

Ingresò a paso lento hacia la habitación, que aùn yacia iluminada con la leve lucecita amarilla de la làmpara de sal. Caminò hacia la cama, y se sentó despacio en los pies de esta; desde allí, observó como Miguel aùn dormía.

Y asì se quedó por unos minutos.

A lo lejos, podía oírse el tic tac del reloj, y la leve respiración de Miguel en un profundo sueño. Ya màs lejos, podían oírse algunas bocinas de vehículos en la calle.

—Umh... —musitò Manuel por lo bajo—. Es mejor que lo deje dormir. Se ve muy cómodo allí.

Manuel se acercò al cuerpo de Miguel, y posò el dorso de su mano en la frente del peruano. Se quedó unos instantes en esa posición, y Miguel arrugò un poco su nariz, en señal de que un leve aroma percibìa su olfato.

El dulzor del perfume de Manuel le hizo sonreír en medio del sueño; era un perfume exquisito.

Manuel ladeó los labios y, conforme por no notar fiebre en Miguel, procedió a retirar su mano de la frente del peruano. Pero Miguel entonces, aún dormido, tomó de forma inconsciente la mano de Manuel, no dejándole partir.

Manuel se sobresaltó un poco.

—Mmmmh... —musitò Miguel, removiéndose un poco en la cama, y aferrando la mano de Manuel hacia su pecho—. Mamà...

Susurrò, notándose en su voz un tono algo melancólico. Manuel, extrañado por ello, contrajo las cejas.

—Ma-mamà... —volvió a repetir Miguel, dormido—. Ven conmig...

Y se callò de pronto. Manuel le observó descolocado.

Manuel esperò unos segundos y, después de asegurarse de que Miguel estaba nuevamente durmiendo de forma plàcida, se levantò y caminò hacia la puerta de la habitación.

Se volteò por última vez y observó dormir a Miguel. Se quedó en silencio por unos segundos.

—Parece muy dulce cuando duerme... —dijo—. Parece un niño indefenso.

Manuel sonriò de forma inconsciente al observarlo. Dio un suspiro largo, caminò hacia el living, tomò sus últimas cosas y partió al garaje.

Allì subió a su moto y partió hacia el trabajo.

Para ese entonces el reloj ya daba las 7:30 am.

(...)

La alarma del celular le hizo dar un gran brinco en el colchòn. Miguel, entonces a las 9:30 am, despertó.

Apenas lo hizo, lanzó un leve quejido y apagò la alarma a ciegas. Se tomò la nuca con cuidado, y pudo sentir el chichòn abultado por detrás. Se tocò con la yema de los dedos, y volvió a quejarse echando palabrotas por lo bajo.

Al parecer su caída había sido bastante fea. Rigoberto hijo de puta.

Apenas la nubosidad de su vista se borrò, pudo tener una visión màs estable de su alrededor.

Estaba en la habitación de Manuel.

Miguel observó con tranquilidad por unos minutos y, después de asimilar que estaba en una casa del Callao —eso le dio algo de repelùs—, gritò con fuerza:

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now