La semilla en la discordia

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Cuando Manuel delineò aquella última palabra, Miguel se quedó de piedra. Con las làgrimas aùn surcàndole por el rostro, abrió los labios, y no fue capaz de hilar nada en su cabeza.

Todo ello era demasiado sorpresivo.

¿Què había dicho Manuel?

¿Acaso... le estaba pidiendo matrimonio?

¡¿EN SERIO?!

—¿Q-què? N-no entiendo, y-yo...

De la conmoción, se echò de rodillas al suelo, cayendo a la misma altura de su amado sobre la arena. Manuel lo tomò, angustiado, pensando que se trataba de un desmayo.

Pero no; Miguel estaba màs consciente que nunca, solamente que, ahora se hallaba muy perplejo.

Y no era para menos. Una pedida de mano no ocurrìa todos los dìas.

Manuel sonriò.

—A-amor, ¿te sientes bien?

Aùn perplejo, Miguel asintió, con los labios separados.

Hubo un profundo silencio entre ambos. Miguel, que miraba pasmado al rostro de Manuel, no decía palabra alguna. Manuel, por otro lado, sonrojado y algo nervioso, se rascò la nuca.

Y dijo, avergonzado:

—Y-yo... este anillo es... lo que llamamos en Chile ''una ilusiòn'' —dijo, sacando la reluciente argolla de la cajita, y tomàndola entre sus dedos—. Yo... no sè si acà en Perù se haga, pero... pero en Chile sì. ''Las ilusiones'', son dos anillos, que usa una pareja, cuando quieren ya formalizar su relación, a miras de contraer matrimonio algún dìa. Este anillo, no es un anillo de compromiso, porque... bueno, hoy cumplimos tres meses. ¡Yo quería comprarte un anillo de compromiso! Pero... pensè que a ti te parecería, quizá, demasiado pronto. Digamos que... ''las ilusiones'', son dos argollas que se usan previamente al anillo de compromiso. Yo las comprè porque... yo sì quiero casarme contigo, Miguel. Yo sì me veo compartiendo mi vida contigo. E-es por eso que... comprè estas argollas, y sè que es pronto, pero... quiero saber si tù en un futuro te casarìas conmig...

—Si quiero.

Dijo Miguel en un susurro, y Manuel, observó descolocado. Hubo otro silencio entre ambos. Solo el suave oleaje del mar se oyò en el fondo.

Miguel, con expresión contrariada, volvió entonces a susurrar:

—S-sì quiero —Torciò los labios, sintiendo que de nuevo tenía ganas de llorar—. Si quiero, si quiero, Manuel; yo sì quiero... casarme contigo. Sì quiero.

Y esta vez fue Manuel, quien se quedó de piedra. Abriò los labios, y sus verdes ojos, brillaron entonces a la luz de la luna. Pequeñas làgrimas le revistieron.

No podía creerlo.

—¿Po-por què lloras, sonso? Di-dije que sì, que si quier...

Y rompió en llanto.

Miguel torció los labios, y se aguantò el llanto por un instante.

Pero no pudo.

Y ambos lloraron, como dos niños pequeños.

—No llores, mi amor, no llores... —dijo Manuel, entre sollozos.

—¡T-tù no llores, baboso! Deja de llorar tù primero.

Y cuando ambos pudieron estabilizar su conmoción interna, se observaron en silencio.

Y sin mediar palabra alguna, acercaron sus rostros, y se besaron los labios.

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now