El Gran Iceberg

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Tres días transcurrieron desde esa llamada. En el calendario, la fecha se enmarcaba en el día treinta y uno de agosto del año dos mil dieciocho; se cumplía un mes, desde que Manuel y Miguel, habían experimentado el dolor de la ruptura.

Un mes, desde que ya no les unía formalmente, ningún lazo afectivo.

Y eso dolía. Dolía como la mismísima mierda.

Miguel así lo sentía...

Aquella mañana, amaneció sintiéndose vacío; desde hace treinta y un días, que se repetía el mismo ciclo para él. El despertar en lo gélido de aquella inmensa casa en medio de San Isidro, hundido en la desesperación de la enfermedad de su padre, en el incesante y poco compasivo paso del tiempo, y en el frío y violento lecho que compartía junto a su agresor psicológico, físico, y sexual —Antonio—; y eso, a Miguel lo apagaba.

Miguel se sentía como un inmenso trozo de hielo, tan frío e indiferente, que el helor de su superficie, quemaba y dolía; como un inmenso iceberg. Se estaba apagando en vida. Ya poco quedaba del antes Miguel risueño y cálido; sus margaritas ya no se marcaban en sus delgadas mejillas. Había bajado de peso, como si el paso de treinta y un días, absorbieran su energía vital, junto a sus kilos de más.

—Anoche volvió a violarme... —susurró, sintiendo como el agua, bajo la ducha, le mojaba la nuca, y la espalda. Miguel cerró los ojos, y agachó la cabeza. No se tocaba el cuerpo; él mismo sentía rechazo hacia su anatomía, desde que Antonio, le trataba como si fuese un repugnante saco de mierda—. Volvió a hacerlo, y mucho peor que antes...

A su lado, Eva observaba también apagada. Sonaba irrisorio, pero incluso a ella, le afectaba todo ello. El no recibir las caricias de Manuel, los jugueteos en la cama entre ambos, el constante estrés de la violencia de Antonio, y el ver tan jodidamente destruido a su amo Miguel, a Eva la entristecía, y pronto, su pelaje también perdió brillo.

Ambos caían en un profundo pozo de fango; las esperanzas se perdían...

¿Cómo cambiar aquello?.

—Hace tres noches, Manuel me llamó... —musitó Miguel, alzando la vista hacia el techo del baño, y sintiendo el agua tibia mojarle el rostro. Pronto una lágrima le deslizó; se combinó con el agua, y perdió su rastro—. E-él me llamó... ¿por qué lo hizo? Di-dijo que me amaba, pero... ¿entonces por qué me tiene aún bloqueado de todos lados? No me deja acercarme... ¿qué es lo que quiere?

A Miguel, la cabeza se le llenaba de dudas. Desde aquella noche, en que borracho, Manuel le marcó desde un número desconocido, no dejaba de rebobinar aquella conversación.

Y... aunque claro; aquella misma conversación, le había costado una terrible agresión. Antonio le había arrastrado hasta la cama, jalándole del cabello. Le costó tres bofetadas, y un zamarreo violento; Miguel había normalizado ya incluso ese trato hacia él.

Porque le tenía miedo a Antonio, y pocas veces, era capaz de defenderse. Aparte, dicho temor se veía impulsado, por el mandato de su padre: ''respeta a Antonio, como lo harías conmigo''.

—Manu... —musitó, con su voz pendiendo de un hilo; extendió su brazo, y tomó su celular que estaba en el cajoncito, por encima del lavamanos. Desbloqueó la pantalla, y observó la conversación con Manuel; estaba aún bloqueado.

Y por más que Miguel, bombardeara de llamadas, y de mensajes a Manuel, este simplemente no contestaba, en una osadía de terquedad impresionante.

Miguel incluso, extremó recursos, escribiendo correos electrónicos a Manuel —los que siempre le rebotaban, por lo que supuso, que Manuel también lo tenía bloqueado de alli—, y llegó también, a contactarse por la página de la clínica, intentando conseguir contacto con Manuel...

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now