El invierno más crudo

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El ambiente en la habitación, era desolador. Manuel, en el sofá, estando cabizbajo, y con la mirada agachada hacia el suelo, se mantenía con los ojos cerrados. En su rostro, llevaba una expresión sumamente contrariada, como si dentro de él, una batalla inmensa se desatara.

Martín, por otro lado, presenciaba nervioso todo ello. Despacio, removió la cortina de la ventana, observando tímidamente por el borde, hacia el exterior.

Una expresión de lástima se formó en su cara, cuando pudo ver, por décima vez consecutiva, la misma triste imagen allí fuera en la acera.

Martín suspiró.

-Manu... -susurró débil, con una expresión entristecida-. Miguel... aún está afuera sollozando. Está sentado en la acera. Creo que no va a irse...

Manuel entornó los ojos, y se quedó en silencio.

Hubo una gran tensión en el ambiente.

A Manuel le dio una fuerte punzada en el pecho.

-¿Qué haremos con él? Es de noche, y vos sabes que, a estas horas, acá en el Callao... es peligroso, y...

-Sí, lo sé... -respondió débil Manuel, y despacio, se alzó del sofá. Caminó hacia Martín, y con expresión suplicante, le susurró-. No quiero que le pase nada, Martín...

Martín observó acongojado. En los ojos de Manuel se veían lágrimas retenidas.

-Por favor, llévalo a casa. Viniste en tu vehículo, ¿verdad? -Martín asintió en silencio-. Bien, entonces... ¿puedo pedirte que lo lleves a casa?

Martín suspiró cansado.

-Por favor; es tarde, y allí fuera, a estas horas... podrían atacar a Miguel. No quiero que nada malo le pase. Quiero que llegue sano y salvo a cas...

-Incluso en estas circunstancias... -Martín observó con cierto recelo-. Te seguís preocupando de su bienestar.

Manuel agachó la cabeza, y guardó silencio.

Solo se oyeron los sollozos en la calle, provenientes de Miguel.

-Lo llevaré a casa -sentenció Martín-. Pero vos... ¿podés quedarte solo?

Manuel asintió cabizbajo. Martín suspiró.

-Es hora de que... me quede solo. Necesito estarlo... -Manuel sonrió cansado-. Necesito enfrentar esto... yo solo. Sé y entiendo, que te preocupas por mí, pero... la vida sigue. Tú tienes que volver a tu trabajo, y yo... yo también.

Martín entendió ello. Manuel quería hacer frente a la situación.

-¿Quieres que vuelva a mi casa?

Manuel alzó la mirada, y asintió. Martín lo comprendió.

-Gracias por acompañarme, pero no quiero volverme una molestia.

-Nunca me has sido una molestia -susurró Martín-, pero comprendo lo que sientes. Vos también tenés tu parte de orgullo.

Manuel sonrió con tristeza.

-Bien... me llevaré a Miguel a casa.

-Gracias...

Se despidieron con un abrazo fuerte, y Martín, salió a la calle. Allí, se encontró de espalda a Miguel, que, abrazado a sus piernas, sollozaba desconsolado sentado en la acera.

Había llorado tanto, que los ojos los tenía hinchados. Incluso hipaba. Algunas personas, en los alrededores, observaban curiosas.

Martín sintió mucha lástima.

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now