Antes del Eclipse

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Miguel no fue capaz de reaccionar por alrededor de un minuto. Su padre, con una amplia sonrisa en el rostro, le observaba desde la puerta. Más hacia el fondo, Rebeca, la esposa de su padre, mecía en sus brazos a Brunito, su hermano menor de tres años. Por otro lado, Luciano, su hermanastro, ignoraba el escenario; con los audífonos puestos, y con la vista clavada en la pantalla del celular, parecía vivir en su propio mundo.

Al ver ante él, una imagen como esa, Miguel no se sintió capaz de entenderlo a los pocos segundos. Pestañeó shockeado, y abrió los labios.

Su padre... estaba ahí.

Su papá... su papá... su papá...

Estaba... vivo. ¡Y la familia completa lo acompañaba!

¿Era eso la realidad? ¡¿No era acaso un sueño?!

—Hijo... —musitó entonces Héctor—. ¿Cómo estás? Yo venía a...

Miguel entonces, de pronto se lanzó a los brazos de su padre. Cerró los ojos, y lo abrazó con fuerza. Héctor quedó un tanto descolocado.

Hubo un profundo silencio. Miguel se aguantó el llanto, abrió los labios, y con voz rota, susurró apenas:

—Bi-bienvenido a casa... papá.

(...)

Cuando todos ingresaron al apartamento, Miguel se tornó demasiado nervioso. No estaba acostumbrado a recibir visitas —más que la de Manuel, o, de vez en cuando, la de Martín—, pero, a pesar de su nerviosismo, sentía una alegría absoluta invadirle en el pecho. Los latidos excedían la velocidad de lo habitual, y una sonrisa amplia, se impregnaba en su faz.

Su familia... ¡Su familia estaba en casa! Aquello era maravilloso, e... impensado. Miguel jamás se habría imaginado aquello. Estaba, incluso en ese momento, shockeado aún por lo que ocurría.

—To-tomen asiento, por favor... —balbuceó, con una sonrisa atontada—. Acomódense. Y-yo... ¿Quieren cenar? Preparé lomo salteado, y... y está riquísimo. ¿Les sirvo un café? O... ¡O pisco! Y-yo... estoy muy feliz de que ustedes, uste-tedes...

Miguel sonrió, y la voz le tembló. Suspiró.

—Calma, hijo... —le dijo Héctor, apacible. Acortó distancia hacia Miguel, y le tomó los hombros. Miguel alzó la vista hacia su padre, lo observó admirado. Rebeca, Bruno y Luciano, se acomodaron en la mesa—. Es bueno... verte, hijo. Has... crecido mucho, hijo...

Miguel torció los labios. Los ojos se le aguaron. De nuevo, aguantó las lágrimas.

Su padre también estaba cambiado. Tenía una expresión un tanto más cansada, y era mucho más canoso.

—Pa-papá... —musitó Miguel, no pudiendo quitar su vista del rostro de Héctor. Atrás, Rebeca, Bruno y Luciano, ignoraban la situación que, entre padre e hijo, se desataba—. Y-yo... estoy tan feliz de que tú... hayas venido. E-es la primera vez que... me visitas. No te veía desde hace... casi seis años. Yo... estoy tan feliz de que tú...

Héctor sonrió, y le acarició el cabello a su hijo. Miguel sintió el corazón latirle con fuerza. Su papá, nunca antes le había acariciado así el cabello.

Nunca antes, su papá le había siquiera llamado hijo, con un tono armonioso, como lo hacía ahora.

—Hablaremos dentro de un rato, ¿te parece? —musitó Héctor—. Quisimos pasar a verte, aprovechando que... estábamos por acá cerca. Cambié de celular, porque el mío se rompió —dijo, sacando de su bolsillo el aparato nuevo. Miguel, comprendió entonces, la razón del por qué no contestaba—. Lo siento por venir sin avisar...

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now