Capítulo 1: Las rosas de Halfeti

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Odio las despedidas

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Odio las despedidas.

Siempre he creído que son un momento molesto, lleno de hipocresía y falsa esperanza porque algo suceda.
Hipocresía porque muchos lloran o se quejan por el poco tiempo que pasaron junto a los que se van, pero cuando los tenían en frente no hicieron ni el más mínimo esfuerzo por acercarse o interactuar. Es algo molesto porque muchos se enteran de tu existencia y te cuestionan muchas cosas a las que no sabes dar respuesta. Y algo de falsa esperanza, porque nadie sabe lo que le ampara realmente, muchos viven creyendo simples idealizaciones o sueños.

Nunca me ha gustado desarmar mis planes o metas establecidas, porque siento que me quedo sin nada, sin un empuje, sin algo capaz de responder qué es lo que quiero para mí o mi futuro, pero en este momento, ya no podía hacer nada, no había vuelta atrás.

Estoy consciente de que la empresa de mis padres ha crecido mucho durante los últimos tres años, pero nunca se me cruzó por la cabeza que, debido a eso, tenga que abandonar Corea del Sur, mi hogar, el único lugar que me genera paz y tranquilidad. Aún sigo sin comprender porqué mis padres no decidieron dejarme junto a mis hermanos, sino que, prácticamente me obligaron a que los acompañe al nuevo país donde empezaremos a residir desde hoy, dejando atrás mi vida, la escuela, mis compañeros, todo lo que había construido...

No tuve problema alguno al acoplarme a sus órdenes, desde que tengo uso de razón lo he hecho. Gracias a su insistencia e imagen, he tenido que prepararme en distintos ámbitos, sobre todo, en lo académico, así que, no debería ser una sorpresa el hecho de que sé manejar varios idiomas a la vez, además de mi lengua madre. Pero esto no es lo que me molesta, en absoluto.
Detesto que no tenga voz, que no pueda expresar mis sentimientos o pensamientos con respecto a las cosas que me hacen o dicen, no puedo negarme, no puedo poner un pero y mucho menos trabas, porque sé, que estaría interfiriendo en sus trabajos, en su imperio.

«Sean bienvenidos a Ecuador, podrán abandonar el avión dentro de unos minutos, por favor, mantener el orden».

Ya no podía soportar otro minuto más en este avión. Había transcurrido casi un día entero desde que no tocaba tierra firme.

Las palabras de bienvenida fueron un regalo del cielo, y en su defecto, mi escape. No transcurrió mucho tiempo hasta que desembarqué el avión junto a mis padres, nos dirigimos hacia el área de revisión y finalmente, tomamos el equipaje que habíamos traído para poder salir del lugar.
Podía darme cuenta que todo a mi alrededor era muy diferente, empezando por las personas y sus vestimentas, su forma de hablar, el cómo recibían a sus familiares, todo era tan distinto que, empecé a sentirme muy fuera de lugar, como si fuese algún bicho raro en un nuevo mundo, al que sabía, nunca podría acostumbrarme.

Desvié la mirada y tragué grueso, observé el reloj que estaba en mi muñeca, dándome cuenta que eran las nueve de la mañana, pero no me fié, aquel reloj seguía manteniendo la hora de mi país, no obstante, no tardé mucho en encontrar una gran pantalla que tenía la hora con una tipografía muy llamativa y clara, lo que me hizo dar cuenta de que existía una diferencia horaria de catorce horas, aquí apenas eran las siete de la noche y en Corea ya era un nuevo día.

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