Capítulo 9: Nací vivo, ¿Acaso no es castigo suficiente?

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Siempre he creído que la felicidad es efímera, literalmente, se reduce a pequeños y cortos momentos inigualables que no sabemos disfrutar al máximo cuando los vivimos

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Siempre he creído que la felicidad es efímera, literalmente, se reduce a pequeños y cortos momentos inigualables que no sabemos disfrutar al máximo cuando los vivimos.

Por primera vez, en varios días, sentía que me sentía bien y que disfrutaba las cosas de mi alrededor de una manera muy única, que quizás, dentro de poco he de lamentar por no aprovecharlo. El tiempo que pasaba junto a mis amigos, era muy especial, me hacía sentir realmente incluido y tomado en cuenta, lo que, de alguna manera, me alegraba a niveles monumentales.

Siempre he sentido desconfianza con respecto a los que me rodean, porque en el fondo, hay algo que no se cansa de recordarme que, tarde o temprano, seré abandonado.

Pasé toda la tarde junto a mis compañeros de skate dentro del parque de patinaje, aprendiendo nuevas técnicas y practicando aquellas en las que fallaba comúnmente, sentía que aquella actividad me desestresaba por completo, ya que, tenía muchas cosas en la cabeza que no me dejaban en paz. Cuando empezó a anochecer decidí tomar mis pertenencias para dirigirme hacia la parada de bus más cercana, logré tomar el último bus de la tarde, como habitualmente hacía, no obstante, en esta ocasión, el trayecto hacia mi hogar se hizo mucho más corto de lo que alguna vez imaginé.

Las cosas estaban conspirando a mi favor.

Desde varios metros de distancia, pude darme cuenta que mis progenitores ya se encontraban en casa, ya que logré visualizar la camioneta de mi padre, aparcada frente a esta, además, las luces estaban encendidas y se escuchaba un poco de ruido proveniente del interior. De forma inconsciente, mis pies se movieron con rapidez, así fue como logré llegar a la puerta en cuestión de segundos, saqué mi copia de las llaves y entré a casa. Observé el panorama, dándome cuenta que no había nadie cerca de mí.

Decidí dejar mi skate en el suelo y procedí a cerrar la puerta con lentitud.

— ¡Ya llegué! —hablé mientras caminaba hasta el salón.

Fue extraño no recibir respuesta alguna, ni siquiera por parte de mamá que es quién habitualmente devuelve el saludo o se acerca desde donde sea que esté, hacia mí. Después de unos segundos, logré visualizar a mi padre en el sofá con lo brazos cruzados y un semblante lleno de inconformidad, a su lado se encontraba mamá con la expresión más seria que había visto en ella.

Esto era sumamente raro, extrañamente, en el interior sentía que algo malo estaba a punto de pasar.

Abrí la boca para terminar el silencio.

— ¿Qué...

— ¿Quién carajos te crees que eres? —mi padre interrumpió mi monólogo. Su voz se escuchaba muy alta y se puso de pie de forma casi instantánea —. ¿Qué mierda haces afuera hasta tan tarde? ¿Te mandas solo? ¿Ya quieres irte de la casa?

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