Capítulo 7: ¿Dónde quedan las leyes de restricción?

319 51 106
                                    

Los días habían transcurrido con una innegable rapidez que resultaba extraña, sobre todo, porque se sentía que la semana recién había empezado tan solo hace un día atrás. Por alguna razón sentía que el tiempo pasaba demasiado rápido para mí, las horas se habían transformado en minutos, los minutos en segundos y los segundos en una minúscula partícula de tiempo imprescindible. Algo incontrolable que, de alguna manera, lograba generarme un sentimiento ansiedad inexplicable porque sentía que no hacía prácticamente nada y que no lograba realizar lo que tenía en mente, generando así un sentimiento de culpabilidad en consecuencia.

Siempre he considerado a los recreos como un tiempo libre para poder relajarme un poco, aunque, esto último no lograba obtenerlo ni siquiera en soledad, siempre hay algo en mi cabeza, capaz de atosigarme y llenarme de miles de pensamientos que se revuelven entre sí, hasta que me afectan por completo. Desde hace más de tres años he tenido que vivir con esto, la constante presión hacia mí mismo, la exigencia y los distintos pensamientos recurrentes que me atacan siempre, quisiera decir que me he acostumbrado, pero estoy consciente de que esa no es la realidad, sin embargo, el pasar tiempo junto a mis nuevos amigos, lograba distraerme de todo eso, al menos, durante un rato, sobre todo, Benjamín, siento que es una persona que me comprende sin siquiera haberle dicho algo al respecto.

Desde que inició la jornada escolar y nos habíamos reunido, Ágatha presentaba una emoción desbordante que es inexplicable. Ella es una persona jovial, sonríe cada día sin importar la situación e inconscientemente es capaz de brindar ese empujón que no sabemos que necesitamos. Aunque habitualmente es una chica alegre, hoy lo estaba mucho más de lo habitual, como si supiese que algo bueno ocurriría o algo así.

—No me lo van a creer —Ágatha puso su mochila sobre la mesa que habíamos escogido, mientras nos miraba fijamente.

Abrió la mochila con cuidado y metió su mano en el interior de esta, mientras buscaba algo.

—Conseguí entradas para la fiesta que habrá hoy —informó y finalmente sacó unas tarjetas de color azul con letras blancas.

Nos cedió lo mencionado a mí y a Benjamín, con una sonrisa en el rostro. Empecé a leer lentamente lo que estaba escrito sobre la tarjeta, hasta que escuché que la persona que estaba a mi lado carraspeaba.

— ¿Quién la organiza? —el otro presente, preguntó con curiosidad mientras fruncía levemente su ceño.

—Uno de los chicos de mi curso —respondió ella sin borrar la sonrisa —. Como logré conseguir las entradas sin tener que pagar un centavo, no pueden negarse a ir.

Tras sus palabras, me giré lentamente hacia Benjamín para mirarlo, fue corto, pero durante un par de segundos nuestros ojos se conectaron hasta que él decidió mirar hacia nuestra amiga.

— ¿Por qué no sabía nada? —inquirió mientras ojeaba su invitación con lentitud —. ¿No crees que tardaste mucho en decírnoslo? ¿Qué le digo a mis padres? —después de eso, me miró —. ¿A ti te gustan las fiestas?

Parpadeé lentamente tras sus palabras sin saber qué decir. La verdad, es que mi vida social en Corea solo se resumía a asistir a las reuniones a las que mis padres me obligaban a ir, la escuela, mi mejor amigo y nada más, nunca he sido alguien a quien le gusta estar en un ambiente lleno de personas o algo parecido.

—No te preocupes por eso, Benja —la voz de Ágatha intervino en el corto silencio que se había formado —. Sabes muy bien que si hablo con tu madre podré convencerla, además, me puedo inventar algo.

De esta forma, fue que las miradas de ambos recayeron sobre mí.

— ¿Qué hay de ti, Haneulie? ¿Te dejarán ir? —Benjamín volvió a dirigirse a mí, pero esta vez había curiosidad en voz.

Paraíso OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora