30.- Me moriré de ganas de decirte que te voy a echar de menos.

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"Escúchame bien una cosa... puto elfo del infierno... Te puedo asegurar que vas a ir a aislamiento hasta que lo único que quieras sea arrancarte ese puto corazón y comértelo."

Susan había logrado salir del comedor sin que ninguno de los guardias la viera. Sus músculos se movían, su cuerpo corría, arrancó a toda velocidad, pero su mente seguía en ese sitio, escuchando el bullicio, los gritos, los insultos, y por supuesto en su conciencia: la voz de la mora repitiendo una y otra vez la misma frase.

"Si lo hacen, si me descubren, no quiero que te pongas a dar cabezazos contra los guardias. Te necesito fuera."

Era una buena forma de obligarla a pensar, a comprender que lo que estaba haciendo era justamente lo opuesto a lo que ella le había pedido. ¿Pero cómo iba a quedarse quieta mirando cómo la destrozaban?

El aislamiento sería la opción buena en el mejor de los casos. Zulema había matado a un guardia, concretamente al guardia que Sandoval tenía en alta estima. Era ya la segunda persona que le arrebataba, sin contar por supuesto a Susan. Era más que evidente que se vengaría, y que lo haría a su manera.

"Necesito que te quedes quieta, que no reacciones. Porque si lo haces, lo sabrá, y estamos bien jodidas"

Nadie en su sano juicio hubiera acatado esas palabras en la situación en la que se encontraban, pero una vez más Zulema tenía razón, y si la chica se hubiera quedado ahí, a su lado, tal y como ella decía "sin hacer nada al respecto", seguramente las cosas no se hubieran jodido tanto como estaban a punto de hacerlo.

La morena corrió por los pasillos en dirección al baño, dispuesta a encontrar el anteriormente mencionado puñal que Zulema dejó específicamente para ella.

La iba a defender tal y como dijo. Una promesa era una promesa y ella no faltaba a su palabra.

Hasta que lo oyó. Primero uno, después dos, y hasta tres disparos.

Inmediatamente se detuvo, frenando en seco. Los ojos muy abiertos, el mechón sobre su rostro ascendiendo y descendiendo ante su pesada respiración.

El miedo la engulló, se la tragó entera de una sola tacada, y las imágenes comenzaron a bailar en su mente; la habían matado. A ella. A su reina mora.

Estaba considerablemente lejos del comedor como para llegar a tiempo y rescatarla, si es que aún podía hacerlo. Pero claro, todo aquel que quería vengarse de Zulema Zahir tenía una licencia de armas y por consecuente una puntería bien acertada. Por mucho que corriera, por mucha prisa que se diera, el pasado era el pasado y no se podía arreglar, ni cambiar.

De su ojo derecho brotó una lágrima, deslizándose por su mejilla hasta llegar a la comisura de sus labios. Fue ahí y sólo ahí que su cuerpo volvió a activarse, a tensarse, a reaccionar.


Comedor.


Lejos de lo que Susan pensara o imaginara, aquellos disparos nada tenían que ver con la muerte de Zahir. Por el contrario tenían que ver con su libertad, con su primera oportunidad de venganza.

Macarena Ferreiro había conseguido el arma de Castillo y ahora disparaba al aire tres tiros que hicieron que todo Cruz del Norte se detuviese, incluido Sandoval.

—Soltad a Zulema, hijos de puta.

Un solo grito fue suficiente para erizarles a todos el vello de la nuca. La desgarradora, devastada, pero imponente voz de la mora proclamando venganza:

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora