31.- Cuando mi vida ya estaba rehecha.

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Me dijiste que me querías lo suficiente como para matarme.

Yo también tengo algo que decirte, Zulema.

Sólo estaría dispuesta a morir... si fueran tus dedos los que apretaran el gatillo.





Los Ángeles, California.

12 años más tarde.


Pantages Theatre.


—Escúchame, tienes que tranquilizarte, va a salir bien. Siempre sale bien.

—No, no va a salir bien porque estoy nervioso de la hostia.

—Richard Tozier —dijo de pronto, lo más seria que pudo—. Escúchame bien una cosa porque no te lo voy a volver a repetir. O por lo menos no esta noche.

Richie tragó saliva, mirándola fijamente, atento.

—Va a salir bien. Vas a subir a ese escenario y vas a hacer el mejor de tus números, ¿me oyes?

Éste asintió, con una seguridad que tuvo que fingir, que exagerar para creérselo él mismo.

—El mejor de mis números —repitió asintiendo repetidas veces intentando así mentalizarse. Hasta que su ceño se frunció de pronto—. ¿Y si no sale bien?

Susan cogió aire y lo soltó de golpe, apoyando las manos sobre sus hombros.

—Como lo ensayamos, ¿de acuerdo?

Richie volvió a asentir.

—De acuerdo, sí. Va a ser la hostia.

—Así me gusta —lo animó—. Cómetelos a todos.

Richie se había dado ya la vuelta dispuesto a subir al escenario cuando ella dijo aquello, deteniéndose en seco. Se giró poco a poco con el ceño fruncido, alzando el dedo índice como si fuera a puntualizar algo, seguramente un chiste malo sobre canibalismo, pero la chica lo detuvo a tiempo.

—No.

Rich asintió, apretando los labios y se dio la vuelta.

—¡Eh! —dijo Susan de pronto, obligándolo a detenerse de nuevo—. ¿No se te olvida nada?

Richie tardó en reaccionar, en comprender a qué se refería, hasta que por fin lo hizo.

—¡Ah! Qué idiota —se golpeó la frente con la mano y avanzó hacia ella, depositando un suave beso sobre sus labios.

—Te quiero, idiota...

—Hm, sí, soy un idiota... pero apuesto a que soy tu idiota preferido —ronroneó, sin poder despegarse de sus labios.

Susan sonrió, acariciando su mejilla.

—Saldrá bien —recordó.

Tozier asintió no muy convencido y se dirijo hacia el escenario.

¡Señoras y señores, con todos ustedes... Richie Tozier! —bramaron los altavoces.

Los aplausos y las ovaciones no tararon en inundar la sala.

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora