22-. Envejecer juntas.

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Por qué.

Por qué motivo la había perdido.

Por qué la había dejado escapar.

Por qué le había permitido olvidarla.

Olvidarla de aquella forma.

Cómo.

En qué puto momento.

Zulema no dejaba de darle vueltas al asunto.

La rabia se la comía, la quemaba por dentro pues si estaba ahí era precisamente por ella, porque había faltado a su propia palabra y había preferido arriesgarlo todo por alguien que ahora se estaba dejando arrastrar por alguien como Sandoval.

La mora lanzó un escupitajo al suelo en cuanto aquellos pensamientos acudieron a su mente, cuando el nombre de aquel desgraciado se pronunció en su cabeza, y se puso manos a la obra.

Nunca le había costado eso de infiltrarse en un despacho, en una sala, en un módulo, donde fuera. Así que eso fue lo que hizo, perseguirlos a los dos en un completo silencio, sin levantar la sospecha de nadie y por fin, empezar a comprender lo que ahí, en su ausencia, había sucedido.

Fue entonces, a medio día, cuando la morena bajó de la litera y salió de la celda. Zulema no tardó en bajar el libro a su pecho para observar la espalda de Susan y acompañar su marcha, siguiéndola con una mirada felina. Aguzó los ojos y aguardó 5 minutos antes de echar a Goya y a su acompañante con un chasquido de lengua y un movimiento de cabeza. La protesta no tardó en llegar, pero a ella poco le importaba, en menos de 1 minuto volvió a quedarse sola y por fin, agarró los cascos y se los colocó a lo que parecía ser una grabadora.

Había podido conseguir un micrófono de larga distancia con el que podría escuchar la conversación que tendrían esos dos en su despacho, pues, a plena luz del día, con todos esos guardas de seguridad y las cámaras vigilando en todo momento, poco iba a poder adentrarse. Menos aún ahora, que estaba considerada todavía más peligrosa que de costumbre. Sandoval le tenía echado el ojo, y tenía que jugar sus cartas.

Pronto escuchó la voz del contrario a través de los cascos, y se removió sobre la cama, sentada con las piernas cruzadas, abriendo mucho los ojos, como si así pudiera atender mejor lo que escuchaba.

—Buenas tardes —dijo él, en un tono más simpático que de costumbre.

—Hola —musitó la voz de ella, con una desagradable timidez, por lo que Zulema arrugó el gesto, siseando. ¿Desde cuándo se dirigía así a él?

—¿Qué tal dormiste? ¿Bien?

—Sí.

—¿Sí?

Aquella pregunta sorprendió a Susan.

—¿Debería haber dormido mal?

—No —repuso él, curvando hacia abajo los labios—. Simplemente me resulta extraño... teniendo a Zulema en la litera de abajo...

Susan tragó saliva, escuchar aquel nombre sólo hizo que empeorar la situación. Y es que, Sandoval se había encargado personalmente de que de solo oír su nombre sintiera rechazo. Así lo había querido él durante los dos meses anteriores, ¿no?

—No entiendo por qué no iba a poder dormir bien teniéndola abajo.

—Bueno, no sé... No hemos hablado mucho sobre qué sientes acerca de eso.

El corazón de la mora latía con fuerza, las manos comenzaron a sudarle, algo que la molestó profundamente, por lo que, chasqueando la lengua con rabia se las secó con el propio pijama amarillo, pulsando varias veces el botón que ascendía el volumen de sus cascos, aunque éste ya hubiera alcanzado el tono más alto.

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora