8.- De su propiedad.

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—Atención, atención. Todas las presas deben acudir a sus celdas. El simulacro ha finalizado.

Fueron tres las veces las que aquel mensaje se repitió por megafonía, pero ellas, tanto Susan como Zulema, lo ignoraron por completo. Estaban demasiado ocupadas, la una centrada en la otra, dejándose llevar, terminando aquello que no habían terminado en Marruecos.

Mientras, en el resto de módulos, los recuentos mantenían a todas las presas firmes, pegadas a la pared de la entrada de sus celdas. Fue Valbuena quien, señalando mientras contaba con su dedo índice, se advirtió de que faltaba una presa, (una quizá, por no decir seguro) de las presas más peligrosas: Zulema Zahir.

Retrocedió un par de pasos, asegurándose de que no se la había saltado, de que no se había equivocado, a pesar de estar seguro de que aquello no era posible, ¿quién iba a pasarla por alto a ella?

Fue entonces cuando fijó su mirada directamente en Saray.

—¿Y Zulema? —le preguntó, intentando parecer autoritario, pero después del incidente era complicado. La gitana notó perfectamente aquella reacción por su parte, así que la usó en su contra.

—No lo sé, ¿por qué no vas a buscarla? —le provocó, con chulería.

El guarda miró entonces a Bambi, caminando hacia ella.

—Dónde está —le preguntó, intimidante.

La contraria descendió la mirada hacia sus pies, casi temblando.

—¡QUE DÓNDE ESTÁ! —le gritó, abrumándola, salpicándole el rostro con su saliva, sobresaltándola.

Saray intervino:

—¿Pero no ves que no lo sabe?

Pareció oportuno el momento en el que Palacios se apresuró a Valbuena, con un rostro repleto de preocupación.

—Nos falta una presa. Fernández. No está.

Valbuena entonces frunció el ceño, desviando su mirada lentamente hacia Saray, la cual parecía ser la única que ató cabos. Se aproximó a ella, despacio.

—¿Qué coño sabes?

Fue un duelo de miradas, un juego de poder para ver quién soportaba más la mirada.

—Hemos buscado en la cocina, en el resto de módulos, en los pasillos, en lavandería, en —Palacios se quedó en silencio repentinamente, como si se hubiera saltado algo, como si hubiera dejado un área sumamente importante, una en la que solían suceder la mayoría de conflictos.

—Corre —instó rápidamente Valbuena, comprendiendo.

Palacios no tardó ni un segundo en reaccionar a su orden. Corrió por los pasillos con la respiración agitada y cierta dificultad para reunir el aire en sus pulmones, sujetándose del cinturón reglamentario, con la porra bailándole de un lado a otro, hasta que por fin llegó a la puerta del lavabo. Allí se topó con el pomo tirado en el suelo. Su ceño se frunció y su pulso se aceleró más todavía, debía rondar las 150 pulsaciones por minuto. Se llevó la mano al pecho, recuperando el aliento, y se armó de valor para entrar ahí, esperando encontrarse lo peor: tal vez un cadáver ensangrentado... quién sabía. El estómago ya lo tenía revuelto solo de los nervios, así que necesitaba ponerse en lo peor.

La puerta se abrió de golpe, así que las dos mujeres se apartaron la una de la otra, ambas empapadas, casi como si se hubieran metido en las duchas. Zulema acababa de limpiarse la boca con la mano, en un gesto tosco e incluso diría que masculino, avanzando hacia Palacios.

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora