Nunca antes había temido tanto la libertad, nunca antes se había sentido intimidada, extraña al contemplar las nubes rosadas del cielo, al sentir la humedad, el frío del rocío de una madrugada que acababa. Ahí estaba ella, frente a la puerta por la que hacía dos años entraba para dejar atrás su antigua vida, junto al hombre que meses antes había abusado de su cuerpo, el que parecía ser su nuevo "salvador". Susan no entendía cómo estaba comenzando a funcionar su mente, si es que ya se había perdido en un limbo demasiado oscuro como para hallar la luz, o si por el contrario se quería menos a sí misma de lo que pensaba. Pero ahí estaba, junto a él; autoritario, firme, con una sonrisa ladina de superioridad. Él no tenía necesidad de decir: "puerta" como el resto de funcionarios, a él se la abrieron, como el director que era. Estaban a sus servicios, todos ellos.
Palacios miró a Susan sonriente, y justo antes de que ambos salieran de allí, musitó:
—Estoy muy contento por ti, Fernández —no la tuteó, era todo parte del mismo tono jocoso—. Te lo merecías.
Y era cierto, era una presa modélica. Lo había sido en Cruz del Sur y también lo estaba siendo en Cruz del Norte. No se metía en líos, en motines o en trifulcas, era una de las únicas que no había traficado con las drogas, que no le había debido nada jamás a Anabel.
—Gracias —respondió ella.
—Palacios —dijo Sandoval—. Revísame después el informe que te mandé, ¿hm? Tenlo en cuenta, por favor.
—Claro —asintió el, obediente.
—Perfecto... —se ajustó la corbata del traje mientras la última puerta se abría—. Nos vamos de excursión...
Y salió de allí, y el sol impactó en su rostro, obligándola a entrecerrar los ojos, llevándose la mano a la frente como visera, como si se hubiera convertido en un vampiro al que no puede darle el sol. Carlos colocó su mano sobre su omoplato, reconduciéndola hacia su coche, abriéndole la puerta delantera del copiloto. La chica se introdujo sintiendo todo eso como demasiado extraño, de alguna manera como si estuviera soñando
Se le había olvidado lo mucho que le gustaba ir en coche, disfrutar de la brisa en la cara, de sacar el brazo por la ventana y dibujar las olas que hacían los listones de electricidad. Sandoval la miraba de vez en cuando con una sonrisa satisfecha.
—¿Estás nerviosa? —preguntó.
Ella se giró hacia él y negó.
—Estoy... me siento... rara —confesó—. ¿Cómo puede olvidársele a alguien la sensación de ir en coche? ¿Cómo se pueden... —giró su rostro hacia la ventanilla—, echar de menos cosas tan sencillas?
Él suspiró de forma ronca.
—Ay... Susanita, Susanita... Las cosas más simples de la vida son las que primero echamos de menos.
Qué gran verdad. Igual que los defectos de las personas, que se añoraban incluso más que las virtudes. Tendías a recordarlas con melancolía, como si algún día hubieras disfrutado de los fallos de ese alguien.
Susan extrañaba todo de Zulema, y es que para ella nunca existió ningún defecto, más allá de confiar en la rubia, ese fue su único fallo, ese y su incesante insistencia en no dejase llevar, en no perder el control.
—Estamos llegando ya —aclaró el hombre al llegar al desierto de Almería.
—¿Qué sitio es este?
Carlos sonrió.
—El desierto de Tabernas. ¿Nunca estuviste?
—No...
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Platónico lo llaman.
Fiksi PenggemarUna presa trasladada de una cárcel fuera de España llega a Cruz del Sur. Tras un año comienza a sentirse extrañamente atraída por la reclusa más peligrosa de todas; Zulema Zahir. Es entonces cuando todo se rompe, todo se derrumba, y las cosas empiez...