Las pesadillas la envolvieron durante el resto de la noche. Su mente había logrado entremezclar su pasado con su presente, Cruz del Sur con Cruz del Norte y Cruz del Norte con Los Ángeles. Había muchas formas de soñar con las tinieblas, pero sin duda alguna me atrevería a decir que la peor de todas era esa en la que la pesadilla te atrapaba sin dejarte huir. Te mantenía en vilo, sí, pero no era lo suficientemente grotesca como para hacer que despertaras, y estar ahí, atrapada en esos sueños, sin duda alguna dejaba estragos.
Cuando por fin logró despertar los primeros rayos de sol atravesaban las cortinas de la habitación. Zulema no estaba a su lado, pero sí en la habitación, así su voz se lo hizo saber.
—Buenos días, bella durmiente.
Los ojos de la morena estaban entrecerrados por la molesta luz. Se llevó el brazo a la frente y lo empleó como visera. Estaba tan dormida que no logró advertirse de que la mano diestra de Zulema sostenía su teléfono. Ella tampoco se esforzó en ocultarlo y fue precisamente esa normalidad la que no alarmó a la contraria.
Susan se levantó despacio, con los pies por fuera de la cama, acariciándose la nuca. En distintas partes de su cuello, busto y espalda había impresos cardenales en forma de mordiscos, trazos de arañazos de Zulema dibujados en su piel.
—Menos mal que no tienes que irte mañana —espetó en una risa nasal—. Porque como el yankee vea tus tatuajes te manda de vuelta a España de una patada.
¿Yankee?
¿Acababa de decir yankee?
El ceño de Susan se frunció en seguida, abriendo de par en par los ojos. ¿Cómo podía saberlo ella? Nadie conocía su vida, no había mencionado nada sobre su matrimonio ni sobre su vida. Ni siquiera a Ama, mucho menos a Zulema.
Fue en el momento en el que sus ojos se acostumbraron a la luz que se fijó en la mano contraria y en seguida reconoció su teléfono, levantándose de un resorte de la cama, directa hacia ella.
—Dame mi teléfono, Zulema —reclamó, extendiendo su mano completamente airada. No le dio apenas tiempo a responder, en seguida se abalanzó sobre ella para arrebatárselo.
Pero la mora era más rápida, colocó las manos tras su espalda y se removió para evitar que lo consiguiera.
—Te has casado con un puto yankee —se burló—. Un puto yankee humorista, tiene gracia.
La morena se ayudó de la rabia que le estaba haciendo sentir para arremeter contra ella, intentando atrapar sus manos para quitarle el teléfono.
—Dámelo, Zulema —volvió a advertir, perdiendo la paciencia.
—No sé si me sorprende más que te hayas casado con un hombre, o que haya sido con ESTE hombre —alzó el teléfono, mostrando el fondo de pantalla, exagerando un escalofrío, asqueada—. Qué mal gusto tienes, morena.
—¡Que me lo des! —gritó, dando un salto para atrapar el teléfono.
—Me he tomado la molestia de leer vuestras conversaciones, un código de desbloqueo extraño ese que tienes... 03966... Mi primer número de presa...
Susan apretó los dientes, propinándole un empujón, apartándose de ella para dirigirse hacia la puerta, abriéndola de par en par.
—Deja el puto móvil en la cama y vete de aquí. Ahora —su respiración era agitada, removía los mechones de su rostro.
—Lo que te iba a decir antes de que me empujaras era que se os ve bastante felices, una pareja digna de una comedia romántica. De esas con final feliz. Después de lo de ayer me ha sorprendido, la verdad. Pensé: muy feliz no debe de estar para haber echado 4 polvos conmigo.
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Platónico lo llaman.
FanfictionUna presa trasladada de una cárcel fuera de España llega a Cruz del Sur. Tras un año comienza a sentirse extrañamente atraída por la reclusa más peligrosa de todas; Zulema Zahir. Es entonces cuando todo se rompe, todo se derrumba, y las cosas empiez...