17.- Boom Boom, ciao.

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—Han matao' a Anabel —la voz de Goya resonó en cada una de las celdas por las que iba repartiendo las sábanas, las toallas. No dejó ninguna sin informar, todas las presas que se hallaban ya despiertas pudieron escuchar lo que había sucedido, mirándose entre ellas, perplejas.

Susan aquella noche, como de costumbre, no había conseguido conciliar el sueño, así que ya hacía rato que estaba despierta, sentada en la mesa del centro de la celda.

Zulema estaba sobre su litera, boca arriba, también despierta pero con los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre el estómago, sin dejar de darle vueltas a muchas cosas; su plan de fuga, las gallinas, Saray, su morena...

Cuando Goya se acercó a los barrotes de la celda 307 (su propia celda, de hecho) Susan alzó la mirada desde la silla, frunciendo el ceño, atenta. Lo cierto es que no esperaba oír nada interesante, y a ella los cotilleos no le impresionaban, per cuando Goya musitó aquello...

—Han matao' a la Anabel.

Su corazón pareció dar un vuelco.

Se puso en pie, con un rostro compungido, de pura incomprensión. ¿Era eso cierto? Se acercó rápidamente, agarrándose de los barrotes con fuerza.

—¿La has visto? ¿La has visto muerta?

Goya asintió, cuchara en boca.

El ceño de la morena se frunció aún más.

—¿Qué ha pasado?...

—No lo sé —acercó más su rostro a los hierros y susurró—; se la han cargao' en la lavandería —y se separó para mirarla, señalando al mismo tiempo el carrito amarillo que transportaba las toallas.

La mirada de la chica se perdió en el carro. No es que Anabel hubiera sido precisamente un sol con ella, de hecho se había comportado como una auténtica hija de puta, pero le había servido para mantenerse viva, en una alerta constante, y para qué mentir, Susan era adicta a cierto estilo de vida, y sin Anabel, las cosas cambiaban mucho. Ella, tal vez, iba a ser la única en echarla de menos.

Goya finalmente se alejó, dejando a la chica en esa especie de trance.

¿Quién había podido matarla?

Los nombres de las posibles presas se deslizaron por su mente como una de esas pantallas gigantes del metro, una tras otra, rápidamente.

Pero se vio interrumpida por una presencia a sus espaldas, presencia que poco a poco se fue acercando más, sabiendo ella identificar quién era casi de forma inmediata.

—Ya ves, morena... Aquí ninguna está segura.

Susan rodó los ojos, girándose con rabia para marcharse, topándosela de frente impidiendo su huida. Estuvo a punto de esquivarla, pero ésta no se lo permitió.

—¿Hasta cuándo te va a durar esta tontería? —preguntó en un susurro, aguzando la mirada.

—Me han dicho que te tuvieron que sacar de una puta lavadora.

Zulema chasqueó la lengua, irónica.

—Las chinas van a por ti, porque fuiste tan... gilipollas de salvar a la puta rubia. De verdad, Zulema, te creía más inteligente, no pensé jamás que me decepcionarías tanto.

Se lo estaba ganando y al final se lo ganó.

La mora la sujetó del mentón con una fuerza tosca, casi masculina.

—Te sigue perdiendo la boca. No aprendes. Qué pena.

Susan la apartó, con rabia, dirigiéndose a su cama. Era un poco extraño eso de intentar huir dentro de una celda, estaban encerradas las dos juntas, no podía evitarla ni aunque quisiera.

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora