La luz en los pasillos le dejó claro que la alarma para levantarse no tardaría en sonar. Había sido una pesadilla. Una pesadilla dentro de otra pesadilla. Sus compañeras de celda ya estaban de pie frente a sus camas, haciéndolas, listas para el recuento.
Anabel se giró hacia la litera de Susan y rió, volviendo a sus sábanas.
—Mira, Sole. Otra que se levanta mojada... ¿Ves como no es tan raro?
Soledad se giró hacia la chica. Su aspecto era diferente, su pelo estaba despeinado y los mechones que caían por su rostro estaban mojados de sudor. La mujer se acercó a ella, dejando la cama para otro momento.
—¿Estás bien, chiquita? —preguntó con las cejas fruncidas.
—He tenido una pesadilla —respondió ceñuda, acercándose, como medianamente pudo, al borde de la cama. Macarena había tenido que cambiarle su litera baja por la de arriba, para que le resultara más sencillo subirse a la silla. Sole no necesitó que la chica le pidiera que le acercara el artefacto, lo hizo casi de forma automática. La ayudó a sentarse y ella empezó a hacerle la cama.
—Están empapadas —comentó, preocupada.
—Habrá soñado cosas bonitas —añadió Anabel innecesariamente—. ¿Qué? ¿Había moros en la costa?
Soledad y Susan le lanzaron una mirada amenazante. Macarena Ferreiro estaba presente, y eso hizo que Susan se incomodara. No le convenía que ésta supiera nada acerca de sus sentimientos hacia Zulema.
La rubia por supuesto no quedó ajena a ese comentario, y sábana en mano se giró hacia las mujeres, curiosa.
—¿Me he perdido algo? —inquirió con ese característico nuevo tono suyo, chulesco.
—Tú siempre te pierdes muchas cosas —intervino Anabel con rabia—. Te perdiste en la enfermería, luego perdiste el champú, luego perdiste mi droga en el patio. Ah, no, perdona, mi droga la has perdido dos veces. Aunque la última vez no la perdiste —se le encaró, acercándose poco a poco a ella, y a pesar de ser considerablemente más bajita que la contraria, no tuvo remordimiento alguno en amenazarla—. Zulema no siempre va a estar ahí protegiéndote las espaldas... Algún día conseguirá lo que quiere, y será ella misma quien se deshaga de ti.
A Macarena se le hincharon las narices con aquel comentario. Por eso y porque cada día soportaba menos a Anabel. Su sola presencia ya le irritaba.
—¿No te quedó claro ya ayer lo que te dije? Búscate un nuevo oficio, Anabel... Se te acabó el chollo.
Soledad se mantuvo al margen, estirando la cama de Susan, aconsejándole con la mirada que no se metiera en medio de la discusión.
La morena por supuesto no pensaba en hacer tal cosa, menos ahora que su tema se había enterrado por fin.
—Te crees muy valiente —provocó Anabel—. Pero no sabes lo que es esto. No sabes cómo funcionan aquí las cosas. Llevas aquí dos días y ya te crees la puta jefa —se burló.
Macarena dio un paso al frente, enfrentándola. Ya solo con los centímetros de más que le llevaba, era más que suficiente para quedar por encima en todos los sentidos.
—¿Y qué vas a hacer?... ¿Me vas a esperar a la salida? —se burló la rubia, arqueando una ceja.
Anabel se mordió el labio, descendiendo la mirada para aguantar, para reunir paciencia unos segundos. Finalmente la miró, con los ojos aguzados.
—Yo de ti, tendría cuidado...
El estruendo metálico de una porra contra el hierro de las literas las sobresaltó a todas, más a Susan y a Soledad, que estaban justo ahí, donde vibró con mayor intensidad contra sus oídos.
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Platónico lo llaman.
FanfictionUna presa trasladada de una cárcel fuera de España llega a Cruz del Sur. Tras un año comienza a sentirse extrañamente atraída por la reclusa más peligrosa de todas; Zulema Zahir. Es entonces cuando todo se rompe, todo se derrumba, y las cosas empiez...