25.- Un trato es un trato.

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«¿No te lo ha contado?»

Zulema caminó por inercia propia, sin pensar. Sus piernas llegarían a la celda sin indicaciones, con la mente ocupada en el reciente recuerdo, con la voz de Sandoval golpeteándole las sienes.

«Creo que deberías... cambiar de amistades. Eso o no fiarte de todas.»

La ira y la rabia eran como el fuego, se extendían rápidamente. Lo incendiaban, lo devastaban todo. Y es que era muy complejo dejar pasar todo aquello. Al escorpión le costaba entregarse y cuando lo hacía, lo hacía por completo, sin vuelta atrás. Pero cuando su confianza se rompía, cuando el otro faltaba a su palabra, a su lealtad, todo se derrumbaba. Por la mente de Zulema pasaron muchas cosas, ninguna de ellas era buena ni podía frenar el impulso de desagravio que dominaba su mente.

«La cárcel es un lugar muy cruel, Zulema...»

Su cabeza iba por delante del cuerpo, medio cabizbaja, fijado muy claro en su cabeza su siguiente movimiento. La venganza podía leerse muy desde lo lejos. Hasta que por fin llegó, y ahí estaba, la única persona de esa cárcel a la que le había entregado parte de su intimidad. La misma persona que se había atrevido a engañarla a aquellas alturas.

Cuando Susan la vio lo último que pensó fue en eso, en la venganza. Sí es cierto que su rostro no era precisamente de felicidad, pero después de lo de la lavandería, después de haber hablado, de haberse reconciliado, no le cuadraba en absoluto que fuese a suceder otra cosa. La que sí se percató de lo que probablemente ocurriría era Goya, quien descansaba tumbada sobre su litera, atenta a la situación.

Zulema entonces, se introdujo en el interior de la celda y estuvo lo suficientemente cerca de ella como para, con el dorso de su brazo, llevarla hasta la pared y empotrarla ahí, apretando su garganta, aplastando sus cuerdas vocales.

—¿De qué bando estás? —preguntó, en un alterado susurro.

—De ningún bando, ¿qué dices? —respondió ella con esfuerzo, intentando retirarla. A lo que ella respondió apretándole más fuerte.

—Meeeeeeeeeec. Respuesta incorrecta —su mano libre fue directa hacia su vientre, golpeándole el estómago. La soltó por fin, tan solo para que la contraria, contraída sobre sí, se retorciera frente a ella. Entonces y solo entonces, la sujetó del pelo, acercando sus labios a su oído, siseando con rabia—: Dame una sola razón por la cual no acabar contigo ahora mismo.

La morena, que estaba intentando recuperarse del golpe, jadeó, con el cuello arqueado hacia atrás, la respiración agitada y la mano de la mora aun estirando su pelo, controlándola.

—No puedes acabar conmigo... —escupió aquellas palabras con esfuerzo.

—¿Eso crees? ¿Que no puedo acabar contigo? ¿Qué pasa? ¿Va a venir la Barbie Defensora a salvarte la vida? ¡¿Eh?!

—No... —apretó los ojos, doliente.

—Entonces qué. Por qué no iba a poder matarte.

—Porque acabar conmigo acabaría también contigo —soltó aquello último tras recobrar el aliento. Su pecho aún subía y descendía, palpitante.

Zulema la soltó con rabia, empezando a dar vueltas por la celda, como un león enjaulado sin saber qué hacer. Susan se reincorporó poco a poco, sujetándose de la pared. Zulema terminó pagando sus frustraciones con la litera, propinándole una fuerte patada. Señaló a Susan con el dedo, amenazante y se mordió la lengua, colocando las manos sobre las caderas, mirando al techo a la vez que soltaba un espeso suspiro, intentando reunir paciencia para soltar la pregunta que tanto la había envenenado.

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora