34.- Hilo rojo.

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Cuenta la leyenda que las personas destinadas a conocerse están conectadas por un hilo rojo invisible

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Cuenta la leyenda que las personas destinadas a conocerse están conectadas por un hilo rojo invisible. Este hilo nunca desaparece, a pesar del tiempo y la distancia.

No importa cuánto se tarde en conocer a esa persona, como tampoco importa el tiempo que pase sin verla o la distancia que separe a ambos individuos

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No importa cuánto se tarde en conocer a esa persona, como tampoco importa el tiempo que pase sin verla o la distancia que separe a ambos individuos. El hilo se extenderá, pero jamás se romperá. Su dueño es el destino.


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No existía manera humana de asegurarse de que ese hilo las enlazaba a ambas, pero de haber conocido dicha historia, Susan hubiera jurado que así era, que ella y Zulema estaban destinadas a pasar el resto de sus días juntas. Y estaban a punto de confirmárselo.

Llevaban una hora en silencio admirando juntas las estrellas, sentadas la una contra la otra, entrelazadas sus manos. Susan depositaba suaves caricias en el brazo de la contraria, ascendiendo y descendiendo, mientras que Zulema estrechaba la mano de la morena, sembrando delicadas y suaves caricias.

No necesitaban hablar ni decir nada, no había silencios incómodos cuando ambas estaban juntas, disfrutaban de su compañía, aprovechaban cada instante únicamente con la presencia de la otra, con su compañía.

La diestra de Zahir ascendió hasta la barbilla ajena y la direccionó hacia ella para que la mirara, sin decir ni una palabra.

La morena sonrió de manera tierna y preguntó con suavidad:

—¿Qué?...

—Te miro —respondió la mora, con un extraño brillo en la mirada. Tenía una manera de observar un poco característica, y es que cuando ella dirigía sus ojos hacia ti podías sentir cómo te devoraba con la mirada, cómo te engullía y te transportaba a otros lugares. Lugares a los que ningún humano se atrevería jamás a pisar—. Quiero que se me quede grabado este momento —confesó con la voz grave, casi en un susurro—. Ojalá pudiera tatuarme tu mirada en la cabeza. Justo aquí —se señaló la sien—. Dentro. Poder mirarte cuando quisiera a los ojos. Poder tenerte conmigo para siempre —soltó el aire pesadamente por la nariz—. No te imaginas cuánto le envidio. Cada vez... que pienso en esos once años que estuviste a su lado no puedo evitar imaginar cómo sería verte despertar.

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora