29.- Estamos juntas en esto.

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Aquella noche no durmió, no pudo, no lo consiguió.

La venganza no era algo que caracterizaba únicamente a Zulema Zahir, de hecho, Susana Fernández y ella eran más que semejantes, eran casi iguales. Sus mentes funcionaban igual, pensaban de la misma manera y aunque no procedieran de igual forma, ahí estaba esa complicidad que desde un principio habían tenido.

Desde el primer momento en el que se vieron, en el que la mora advirtió esa cabellera oscura avanzando entre el resto de las presas, sintió que algo las unía.

No tenía nada que ver con la sensación que experimentaba con Ferreiro, lo de la gemela vitelina era una puta gilipollez que Altagracia se había inventado, una que ella usaría tiempo después para llevar a la rubia a su terreno y usarla como se le antojara. Pero con Susan era diferente, con Susan todo era diferente.

Por eso mismo ninguna de las dos logró dormir aquella noche.

Porque por la mente de la morena no dejaban de dibujarse, de plasmarse las mil maneras que tenía a su alcance para hacer lo que le había prometido; vengar todo el daño que le había hecho. El asesinato de su hija, el hacerle creer que su historia había sido una farsa... Todo eso se había terminado, y aunque no pudiera devolverle a Fátima, sus mentes, las de las dos, descansarían tranquilas.

Zulema, por supuesto, ni siquiera cerró los ojos, tenía la vista fija en las barras de hierro del somier de la morena. De alguna manera u otra se sentía tranquila al tenerla ahí, cerca, de nuevo siendo ella.

Susan dejó caer con suavidad su brazo, moviendo sutilmente los dedos, buscando la mano de Zulema. Ésta, que en seguida lo vislumbró de soslayo, estiró la suya hacia la contraria, acariciándole la palma, con calma, sosteniendo su mano poco después, mimándola con sus propios dedos, dibujando pequeñas caricias con su pulgar.

Aquella era una buena manera de recordarle a la mora que estaba siendo del todo sincera con ella, que ya se había liberado de los malditos caprichos de Sandoval, que ya no era una marioneta más, que verdaderamente y por fin estaba dispuesta a luchar.

Zulema acercó la mano de la morena hacia sus labios y se la besó, pasándola después por su mejilla para que la acariciara.

...

Los días se hacían eternos en aquel sitio cuando tu cabeza no dejaba de pensar, cuando no dejaba de insistir. La venganza no era algo sencillo de elaborar, no al menos para alguien como Susan, tan metódica. No podía ir y simplemente clavarle un puñal por la espalda, si terminaba con su vida, lo haría despacio, mirándole fijamente a los ojos, recordándole todo lo que hizo, todo lo que le hizo, todo lo que les hizo.

Ellas, por supuesto, seguían fingiendo que las cosas habían terminado de romperse entre ambas sólo para que Sandoval no continuara interponiéndose en sus caminos.


Módulo 3.

Celda 307

Aquella mañana parecía ser diferente a las demás, el sol brillaba de otra forma, el silencio y la quietud reinaron durante largas horas. Gran parte de las presas parecían haber desaparecido, pues apenas se escuchaban los gritos, las voces o las conversaciones entre galerías. Susan había aprovechado aquella tranquilidad auditiva para leer, distraer un poco sus analíticos pensamientos cuando de pronto, el poco murmullo que quedaba se extinguió. La morena apartó la vista de las páginas, atenta. Su ceño fue frunciéndose poco a poco, a medida que la serenidad se extendía en el tiempo. No, sin duda todo eso no era normal en Cruz del Norte, ¿se habían puesto todas de acuerdo? ¿O verdaderamente estaba sucediendo algo preocupante?

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora