28.- La rectitud de la equidad.

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A menudo se cree que el dolor físico es mayor que el dolor mental. Ya bien sea ese que se imagina, o ese que es etéreo, que no se puede ver ni tocar, pero sí sentir.

Retirar la mirada a tiempo antes de que un enfermero inserte una aguja en tu vena, perforándote la piel, puede ayudar a reducir ese dolor mental. Ese que se asemeja al de los sueños, al de las pesadillas. Y es que, ¿cómo puede un ser humano que nunca ha experimentado una puñalada o un tiro en una pierna, saber qué certero dolor se experimentaría?

Es ahí donde entra el dolor mental, ese que te brinda la imaginación.

Era en ese punto en el que se encontraba la chica, con el filo del cuchillo comprimiéndole la piel, a punto de desgarrarla. Era ciertamente, mucho más el dolor si no mirabas, si no veías, si te lo imaginabas.

Era la mente jugándote malas pasadas.

Con suerte se desmayaría mucho antes de que la mora terminara de mutilarla.

Sin embargo, había un instinto mucho más fuerte que el del amor, y era el de la supervivencia. ¿Y si los unías? ¿Qué pasaba entonces si los unías?

Amor y supervivencia.

La supervivencia por el amor.

Susan abrió de golpe los ojos, topándose con la forzosa concentración de la mora, apretando el arma sobre su vientre, esperando a que al corazón le ganara a la razón. La mano de la morena se afianzó a la de Zulema, la misma que sostenía el puñal, deteniéndola.

Una vez más no les hizo falta hablar para comprenderse. Zulema vio algo en su mirada, algo real, algo verídico. Tal vez lo mismo que vio en Marruecos, tal vez lo que llevaba viendo durante tanto tiempo.

Su mano comenzó a temblar. De alguna forma u otra no se quería fiar, no otra vez. Sin embargo, algo le decía que estaba creyendo en lo incorrecto, pasando por alto lo real, lo que tenía delante. Esas cosas que, por muy buena actriz que fueras, no se podían fingir: sus pupilas dilatadas, su pulso acelerado...

Y entonces algo se lo dijo. No supo si fue el avellana de sus ojos, si fueron sus labios sonrojados por el llanto o fue la manera en la que sostuvo su mano, pero lo escuchó en su cabeza y era un claro "todo lo que sucedió entre tú y yo fue real".

El pestillo de la puerta sonó en el momento menos oportuno, justo cuando Zulema estaba reconociendo la realidad.

Sandoval y Martos acababan de llegar.

La mora abrió de par en par los ojos, mirando a la chica. Rebuscó en su cuerpo como si ahí pudiera hallar la respuesta que buscaba. Hasta que una idea la asaltó: conseguir lo que Sandoval quería: verlas odiándose, detestándose, dejando de ser lo que hasta ahora habían sido.

Y entonces llegó. La mano de Zulema apretó el puñal sobre el vientre de la contraria, provocando un corte lo suficiente profundo como para que sangrara y perdiera la conciencia, desesperando a Sandoval, pero no para que su vida corriera peligro alguno. Lo iba a castigar igual que él la había castigado a ella, igual que había castigado a su morena.

La garganta de la chica no pudo evitar soltar un quejido audible para los dos hombres, localizándolas inmediatamente.

Sandoval fue el primero en aparecer frente a ellas, con el rostro descompuesto, los ojos casi salidos de sus órbitas. No daba crédito a lo que estaba viendo y lejos de alegrarse, se sintió terriblemente afectado.

Zulema se había encargado, segundos antes de que éste apareciera, de esparcir la sangre de la contraria por todo su vientre, para que realmente pareciera que se estaba desangrando. Así que lo primero que le vino a la mente a Sandoval, fue de nuevo la pérdida de un pilar importante en su vida.

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora