3.- Ojo por ojo...

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Dos días después...

Galería.

Módulo 2.

—Susanita, Susanita...

Dijo la voz de Saray, la cual estaba tumbada sobre la litera de la celda en la que Susan se encontraba, la cual no era la suya propia, sino la de Antonia y Tere.

—Sí, la Susanita está muy rara, y yo sé que algo le pasa... —comentó Antonia, mientras recogía el cabello de Tere, haciéndole un peinado.

—Que no me pasa nada, Antonia —respondió la chica, algo hastiada.

—No qué va —se burló Saray, dejándose caer sobre el colchón.

—A ver, estás rara tía, es como si no fueras la misma —repuso Tere, con su característico tono de voz lento—. ¿No? —le preguntó al resto de las reclusas, para que la apoyaran. Éstas asintieron.

—Son días raros, nada más...

Si alguna hubiera estado atenta a sus miradas, a las direcciones que tomaban, se hubieran enterado rápidamente de lo que le sucedía, pues Susan deslizó su vista hacia la celda que tenían en frente, justo al otro lado de la escalera de la galería; la celda 234. Allí vio cómo Zulema hablaba con Bambi, moviéndose de un lado a otro de la celda con un aparato en la mano, repasando con éste cada rincón.

—Está enamorada —dijo Saray sin percatarse aún de a dónde miraba, distrayendo a la muchacha, quien giró rápidamente el cuello hacia ellas.

—¿Otra bollera? —preguntó Antonia, con un tono que cualquiera hubiera etiquetado de despectivo, pero nada más lejos de la realidad, era un reproche socarrón—. Esto está lleno de tortilleras, Tere, ¿te has dado cuenta?

La susodicha asintió repetidas veces, con los ojos cerrados y una sonrisa que dejaba mostrar sus dientes podridos, sus prominentes encías.

—Eh, Antonia, mucho cuidado con las bolleras, que mi Rizos y yo no nos hemos metido con nadie —alegó Saray, en el mismo tono jocoso que Antonia.

—No, no, si yo no me meto con nadie, yo solo digo que esto está lleno de mariquitas.

Saray rió, mordiéndose el labio, fijándose entonces en Susan, la cual había vuelto a desviar la mirada hacia la celda de Zulema. Parecía estar hablando por teléfono con alguien. ¿Sería Karim?...

La gitana volvió a incluirla en la conversación, intentando que dejara de pensar en Zulema, aunque sabía cuán difícil sería aquel reto.

—Susana, ¿cuánto tiempo te queda aquí dentro?

—No me llames así.

—Perdona, perdona. Es que Susan no me sale, es como muy inglés...

—6 años.

—¿Solo?

—¿Te parece poco tiempo?

—Pues alegra esa cara, mujer... Que yo pensaba que te quedaba más tiempo en este puto infierno... —continuó la gitana, aguzando la mirada, con aquella nariz aguileña casi arrugada, como si estuviera diciéndole en silencio; deja de hacerte daño, deja de pensar en ella, en algo que nunca podrá ser.

Susan lo captó en seguida, pues por cómo la miraba y por su tono de voz, pudo comprender por dónde iban los tiros, cuáles eran sus intenciones.

Miró una última vez la celda, y para cuando lo hizo, Zulema se había tumbado en su litera, arropada.

Aquello no era normal en ella. ¿Qué habría pasado?

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora