14.- Gallo Rojo, Gallo Negro.

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–¡Métele otra descarga, vamos! —ordenó la Gobernanta, tirando del cuerpo de Zulema.

Valbuena no tardó más de 5 segundos en presionar el botón que accionaría la corriente, dejando a la chica sin fuerzas para seguir sosteniendo el pijama de la mora.

—¡Vamos, coño! ¡Ayúdame! —gritó la Gobernanta, arrastrando a Zulema. El guardia sujetó los pies de la mora para llevarla hacia la enfermería.

Para sorpresa de ambos, una mano pálida se aferró al chándal de Zulema. Los dos se miraron estupefactos, deteniéndose en seco al ver que la muchacha de cabellos azabache, la cual acababa de recibir una descarga, había luchado con todas sus fuerzas, arrastrándose por el suelo para evitar que se la llevaran de su lado.

Su rostro, débil, les imploró en silencio, con una mirada de desaliento, que no le arrebataran al amor de su vida.

Sandoval, quien acababa de aparecer con todo el equipo médico para la intervención, frenó en seco al encontrarse allí a Fernández, en el suelo, sujetándose al cuerpo inerte de Zahir.

¿Cómo?

Fue lo que pensó su mente.

¿Cómo?...

¿Cómo podía su cuerpo haberse despertado? ¿Cómo había conseguido salir de allí por su propio pie? Era imposible, no con tal cantidad de morfina en sus venas.

—Fernández, tienes que dejar que nos la llevemos —musitó la Gobernanta, intentando hacerla entrar en razón, como quien intenta lidiar con un demente—. Está en parada, sino llegamos a tiempo, morirá.

Carlos entró en escena.

—¡¿Qué pasó?! —preguntó acelerado, depositando sobre el suelo el desfibrilador.

—Un ataque al corazón —informó la gobernanta en el mismo tono de desasosiego.

—Llévensela —ordenó refiriéndose a Susan—. Sáquenlas a todas de acá.

La gobernanta se levantó.

—¡Vamos, todas fuera! ¡Que esto no es el patio del colegio! ¡Vamos!

—¡VENGA, JODER! —vociferó Valbuena—. ¡¿QUÉ COÑO MIRÁIS?!

Sandoval hizo su trabajo, preparando ya la máquina para darle a Zulema la primera descarga. Su mirada se perdió durante un segundo en la morena, con la mano extendida sobre el suelo, esperando a que la mora se la tendiera, como si de aquella forma pudieran marcharse juntas al infierno.

—Carlota —alertó, chasqueando los dedos, señalando a Susan con los ojos mientras realizaba un gesto para que se la llevara.

—Joder... —masculló la gobernanta agarrando el walkie—. Palacios. Palacios, ¿me oyes? Necesito una silla para trasladar a una reclusa a enfermería. ¡Cuanto antes!

—No... —musitó Susan con debilidad perdiendo poco a poco el control de su cuerpo, ya apenas podía mover los dedos—. Por favor... llevadme con ella —susurró perdiendo la cordura.

Pero nadie la escuchó.

—No tiene signos vitales, hay que llevarla a un hospital.

Fue lo último que le escuchó decir a Carlos.

Cuando la adrenalina dejó de hacer efecto, los restos del calmante y la descarga hicieron el resto, arrebatándole la conciencia.

Oscuridad.

Y nada más.

2 días después.

Enfermería.

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora