19.- El síndrome del salvado.

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¿Qué sucedía cuando a una persona la dejaban sola? ¿Cuando una relación se rompía y uno de los dos no estaba preparado para ello?

Que de repente el mundo ya no era el mismo: estabas solo, y cualquier persona que te mostrara su afecto, aunque fuese el mismísimo diablo, se convertía en el clavo ardiendo del que querías sujetarte. Sandoval conocía muy bien cómo actuar, cómo proceder en casos como esos, llevaba prácticamente la mitad de su vida tratando problemas de pareja; rupturas, infidelidades, problemas con el sexo... No era la primera vez que una de sus pacientes se encaprichaba de él por ser su "salvador": la persona que las estaba rescatando del pozo de oscuridad en el que se habían sumido porque sus parejas se habían comportado de forma despiadada con ellas. Era un síntoma común, El Síndrome del Salvado. Éste solía caracterizarse por una personalidad dependiente, con poca seguridad en sí mismo y baja autoestima. Alguien al que le costaba salir de su zona de confort, personas que atribuían lo que les sucedía a factores externos que no dependían de ellos ni de la conducta de los demás, porque pensaban que no estaba en sus manos cambiar su situación.

Son personas que suelen vivir de acuerdo a una idea irracional que dirige su vida, y que se resume en "necesito tener a mi lado a personas que considere más fuertes que yo". Es por ello que necesitaban al salvador, y el de Susan en aquel caso era Sandoval.

México.

23:14

—El amor es el sentimiento más jodido de todos. Te mantiene en una clara desventaja —musitó Zulema dejándose caer sobre la silla de la cocina, frente a Saray, quien acababa de untar un nacho en guacamole para llevárselo a la boca. Lo mordió, y lo masticó.

—¿Qué dices ahora, Zule? —preguntó con el gesto arrugado, sin entender a qué venía ahora todo eso.

—La van a acribillar. Y ella se va a dejar —cogió aire y lo soltó pesadamente por la nariz—. La van a joder viva.

—¿Pero qué dices?

—Hay que ir a por ella, gitana. Hay que conseguir sacarla de allí.

Saray dejó a un lado los nachos para otro momento, no quería atragantarse, y sabía que la conversación iba a subir de nivel a cada frase.

—¿Qué tienes en mente? —inquirió aguzando la mirada, interesada.

—Todavía no lo sé, pero hay que empezar a idear una estrategia, mover hilos... —curvó hacia abajo los labios, pensativa—. Ahmet, Amin... Nasir también...

—Zule...

—Qué.

—Si llamamos, nos pillan. Cualquier llamada que reciban relacionada con ella o con Cruz del Norte es motivo suficiente de sospecha para empezar a investigar. Y tú ya sabes lo pesaito' que es Castillo. Que parece que más que por trabajo ya lo hace por tocarte los cojones. Que va a por ti —aseguró.

—Por eso nosotras no vamos a ser las que llamemos.

—¿Ah no?

—No.

—¿Y a quién vas a liar tú pa' que llame a unos putos locos pa' sacar a una presa de la cárcel? ¿Eh?

Zulema se giró hacia la cristalera que daba al porche, señalando con la mirada a Altagracia, mientras ésta se fumaba un cigarro mirando las estrellas.

—La frijolita.

—¿Altagracia? —preguntó Saray—. ¿Y cómo vas a hacerlo? Si le pillan a ella, nos pillan a nosotras.

—No si nos vamos de aquí una vez termine.

—Altagracia no es tonta —negó—. No va a acceder a llamar y poner en peligro su libertad. Ni por ti, ni por nadie. Mucho menos por Susanita, que ni le va ni le viene.

Platónico lo llaman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora