Abro los ojos asustada al escuchar ruidos en el tejado y me incorporo rápidamente en la cama. Paso mi mano por la mesilla en busca del teléfono, lo enciendo y miro la hora. Son las tres de la mañana. Es tarde y toda la casa está en completo silencio.
Me levanto de la cama y miro por la ventana en busca del culpable de esos ruidos. Las hojas de los árboles del jardín golpean con fuerza el tejado yendo de un lado a otro por el aire.
Caso resuelto.
La poca luz de la luna que entra por la ventana ilumina la habitación y me ayuda a llegar a la puerta. Salgo de la habitación, bajo las escaleras y entro en la cocina. Para distraerme preparo un poco de chocolate caliente y lo sirvo en una taza. Dejo todo ordenado antes de salir y subir de nuevo a mi habitación.
Subo los escalones despacio para no hacer ruido y enciendo la luz del pasillo. Al pasar al lado de la habitación de Dylan una ráfaga de aire frío envuelve mi cuerpo poniéndome la piel de gallina. La puerta está abierta. La empujo un poco y miro el interior de la habitación en busca de Dylan, pero no lo encuentro. Entro y cierro la puerta tras de mí.
Nunca había estado en su habitación y me la imaginaba de otra manera. Está casi vacía y todos los muebles que hay en ella son sencillos. No hay fotos, ni libros ni nada que indique que esta habitación es de alguien. Me recuerda a una de las habitaciones de invitados.
La única ventana de la habitación está abierta de par en par. Es extraño, Dylan no nos ha acompañado durante la cena y mi madre se encarga todas las noches de comprobar que ninguna de las ventanas esté abierta. No es la primera vez que intentan robar o entrar en esta casa.
Me acerco asustada a la ventana y al asomar la cabeza encuentro a Dylan sentado en el tejado. Tiene las piernas flexionadas y la cabeza escondida entre sus brazos.
—¿Dylan?
Levanta la cabeza de los brazos para observarme fijamente. Tiene la mirada perdida y los ojos húmedos, como si hubiera estado llorando.
Pongo las manos en el borde de la ventana y de un impulso salto al otro lado. Cuando mis pies tocan el tejado, miro preocupada la distancia que hay desde donde estoy hasta el suelo. La caída puede ser mortal. Camino hacia él con cuidado y me siento a su lado.
—¿Estás bien?
—Necesito paz.
Esconde de nuevo la cabeza entre sus brazos y permanece en silencio. Dylan oculta tantas cosas y está actuando de una manera tan extraña que me preocupa. Es una persona fría y reservada por eso me sorprende verle tan vulnerable.
—¿Te gustaría acompañarme a un sitio? —ha susurrado esas palabras en un tono tan bajo que tardo un momento en asimilar su petición.
—¿A dónde?
—Ven, sígueme.
No me da tiempo a responderle ya que se levanta y camina hacia la ventana. Él es el primero en entrar y yo le sigo por detrás. Se acerca directo al armario y arranca una chaqueta de la percha. Coge las llaves de su coche de la mesilla y sale al pasillo sin esperarme. Le sigo todo el rato hasta llegar al garaje. Todavía no me ha dicho a donde vamos y creo que tampoco lo va a hacer.
Al subir al asiento del copiloto, me pongo el cinturón y observo detenidamente su coche. Desprende un agradable aroma afrutado y los asientos son bastante cómodos. En la parte trasera hay una mochila, una almohada y una manta doblada. ¿Está durmiendo en el coche?
La puerta del conductor se abre y Dylan se acomoda en el asiento antes de arrancar el motor. Primero salimos del garaje y después de la urbanización. Cuando nos incorporamos a la carretera, acelera y aumenta la velocidad. Enciende la radio para matar el silencio que nos envuelve y baja la ventanilla para acomodar su brazo en el marco.
Viendo que Dylan no tiene pensado sacar ningún tipo de conversación, apoyo la cabeza en la puerta y cierro los ojos. Dejo de escuchar la radio y mi respiración se vuelve más relajada cuando me duermo.
****
—Madison, despierta.
Abro ligeramente los ojos al escuchar la voz de Dylan y me reincorporo en el asiento. Ya nos hemos detenido y estamos rodeados de árboles. Salimos del coche y sigo confundida a Dylan por el recorrido que según los carteles lleva al Rattlesnake Ridge, uno de los miradores más conocidos de Seattle.
—¿Estás seguro de adónde vas?
—Sí, llevo haciendo este recorrido desde hace años —por su tono sonaba tan confiado y seguro.
El camino hasta el mirador es bastante largo, por eso a mitad del camino nos paramos para tomar un poco de aire y descansar. Cuando llegamos a Rattlesnake Ridge subimos hasta el lugar más alto, una gran roca desde la que teníamos una impresionante vista de un gran lago rodeado de un inmenso bosque montañoso.
—Este lugar es impresionante. ¿Qué pasa Dylan? ¿Traes aquí a todas las chicas a las que quieres impresionar?
Gira su cuerpo para mirarme y rápidamente me doy cuenta de que acabo de meter la pata con mi comentario. Dylan procesa detenidamente sus palabras antes de contestarme. Cierro los ojos esperando una dura respuesta de su parte pero una vez más consigue sorprenderme.
—Yo no hago eso —su expresión es seria pero no parece cabreado conmigo—. Siempre vengo a este lugar solo, nunca he traído a nadie.
Decido tener la boca cerrada para no decir nada que pueda fastidiar lo poco que he conseguido con él. Dylan se tumba en la roca dejando que sus piernas cuelguen en el borde. Me araño un poco las manos al sentarme y me tumbo quedando a la misma altura que él.
—Sé que a lo mejor me estoy metiendo en la boca del lobo pero... ¿Por qué estabas llorando?
Sé que no le estoy dando el espacio que necesita. Estoy actuando por impulso por culpa de las ganas que tengo de conocer que le atormenta.
—Mi padre ha intentado pegarme. Tal vez yo me lo he buscado por cómo le he contestado, pero hacía años que no hacía algo así.
—¿Cómo? ¿Me estás diciendo que ya lo había intentado antes?
—Mi padre dice ser un hombre nuevo pero no es así. En cuanto algo no le gusta vuelve a ser el mismo monstruo de siempre. No es la primera vez que amenaza con pegarme. Cuando era pequeño no solo eran amenazas, era una realidad. ¿Qué por qué estaba llorando? —Se incorpora un poco para poder mirarme a los ojos—. Simplemente me ha sorprendido su reacción porque llevaba años sin hacerlo. Antes me hacía daño, ahora simplemente me da igual. Soy fuerte a causa de él.
La confesión de Dylan consigue dejarme atónita, ahora entiendo tantas cosas. Por eso Dylan no quiere estar con su padre y tal vez ese sea también el motivo por el que nunca está en casa.
Siento como si este momento nos estuviera acercando un poco más. Espera. ¿Eso quiere decir que quiere acercarse a mí? Una extraña sensación recorre mi cuerpo solo de pensarlo. No estoy segura de si quiero dejarle entrar de nuevo en mi vida. Ya me hizo daño una vez y no quiero que se vuelva a repetir.
El problema es que llevo tanto tiempo esperando poder hablar con él de lo que ocurrió que no voy a desaprovechar las oportunidades que se me presenten, y aunque quiero respuestas creo que este no es el momento correcto.
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No temas al amor
Novela JuvenilNunca creyó que él llegaría a romperle el corazón. Madison creía que el primer amor sería perfecto y que Dylan, el chico de sus sueños, nunca llegaría a romperle el corazón. Pero lo único que necesitaba era algo que la devolviera a la realidad. ...