20 | Dylan

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La fiesta de la que todo el mundo llevaba varios días hablando la organizaba James en su casa, como casi todas las grandes fiestas de nuestro instituto

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La fiesta de la que todo el mundo llevaba varios días hablando la organizaba James en su casa, como casi todas las grandes fiestas de nuestro instituto.

Una vez que su hijo les demostró que era capaz de quedarse solo, los padres de James empezaron a viajar todos los fines de semana. Así que James tenía la casa para él solo, aunque nunca lo estaba, porque ya se había convertido en una tradición organizar una fiesta en su casa todos los viernes.

Aquella noche salí pronto del hospital para poder ayudar a James con los preparativos de la fiesta. Thomas y yo nos encargamos de las bebidas y de guardar todos los objetos de valor que se pudieran romper mientras James conectaba los altavoces en el salón.

En un abrir y cerrar de ojos, la casa se llenó de adolescentes. A algunos los conocíamos porque iban con nosotros al instituto, pero también había muchas caras que me eran desconocidas.

Era la primera fiesta a la que acudía después de dos años encerrado en casa y se me hizo bastante raro volver a estar rodeado de tanta gente, sobre todo porque para ellos estuve estudiando en Portland, aunque en realidad nunca salí de Seattle.

—¡Que empiece la fiesta! —gritó James, consiguiendo que su voz se escuchara por todo el salón. Se acercó a uno de los altavoces y conectó su teléfono. Todos gritaron emocionados cuando la música comenzó a sonar.

Mis amigos fueron los primeros en servirse un vaso de cerveza bien cargado, hasta el borde. Poco a poco, la cocina se llenó de adolescentes sedientos y la montaña de vasos fue disminuyendo.

—¿Quieres uno? —me preguntó Thomas, con un vaso vacío en la mano. Se lo agradecí, pero lo rechacé al instante—. Tú te lo pierdes —dijo tras beberse de un trago el contenido de su vaso. Se sirvió otro y nos indicó con la cabeza que saliéramos al jardín.

La mayoría de la gente se encontraba bailando en el salón, que era el lugar donde mejor se escuchaba la música. Aunque daba igual donde estuvieras, el volumen estaba tan fuerte que la voz de The Weeknd retumbaba por toda la casa. Tuvimos que atravesar a la gente para llegar a las puertas correderas de cristal que daban al patio.

En cuanto estuvimos fuera, nos envolvió el silencio y la tranquilidad de la noche. Nos sentamos en una silla alrededor de la mesa baja de jardín blanca donde Thomas y James dejaron los vasos de cerveza.

—Dylan, solo por curiosidad, ¿has visto a Madison esta mañana? —El corazón se me encogió al escuchar su nombre.

—No —dije sin más.

—Madison ha cambiado bastante desde la última vez que la viste. ¿A que sí, James? —James iba a responder a su pregunta, pero en cuanto nuestras miradas se encontraron, supo que no era una buena idea—. Siento ser yo el que te lo diga, pero dejarla ha sido tu peor decisión. ¿Sabes la cantidad de chicos que van ahora detrás de ella? —prosiguió Thomas sin darse cuenta de que el tema estaba empezando a afectarme un poco.

No temas al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora