El martes me reuní con Erika en el aula de Historia, durante la hora del recreo, para preparar nuestra exposición sobre el trabajo de la excursión. La noche anterior no había podido dormir y me encontraba muy cansado. Por eso, aunque intenté prestar atención y ayudar a Erika a reunir toda la información, los ojos se me cerraban solos.
—¿Dylan, me estás escuchando? —me preguntó, consiguiendo que abriera los ojos.
—No, lo siento.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, solo estoy cansado porque no he podido dormir en toda la noche. ¿Qué estabas diciendo?
—Te preguntaba si te gusta cómo ha quedado. He intentado añadir todas las fotos que saqué.
—Está genial, Erika, yo no lo podría haber hecho mejor —Mi comentario hizo que se sonrojara.
—Gracias.
Cuando terminamos, Erika apagó el proyector y recogió todas sus cosas para irse a la cafetería. Miré el reloj de la pared, aún quedaban quince minutos para que terminara la hora del almuerzo.
—Erika, espera un momento.
Se detuvo y dio media vuelta para mirarme.
—Sé que no nos llevamos bien por lo que pasó con Madison, pero tengo algo para ti. —Busqué en el interior de mi mochila hasta dar con las tres invitaciones para la fiesta de Tommy Mikels.
—¿Qué es? —preguntó sorprendida en cuanto las tuvo en sus manos.
—Son tres invitaciones para la fiesta que va a organizar Tommy Mikels en su casa el sábado. Puedes invitar a tus amigas si quieres.
—Gracias, me lo pensaré. —Dicho eso, se marchó de la clase.
Tommy me había dado esas invitaciones para mí y mis amigos, pero ya me inventaría alguna excusa para conseguir unas nuevas. Lo importante era que en esa fiesta intentaría avanzar un poco más con Madison.
Salí del aula y de camino a las escaleras, saqué mi teléfono para comprobar si me habían llamado del hospital mientras estaba en clase.
Al pasar al lado de la puerta del aula de Literatura, que estaba abierta, escuché una voz familiar. Me detuve y levanté la mirada de la pantalla, para confirmar quién era.
—Sí, mamá, va todo bien. Gracias por llamar, pero estoy en el trabajo ahora mismo. Hablamos luego —dijo antes de colgar el teléfono.
No podía creer lo que estaban viendo mis ojos, ¿por qué estaba él aquí?
John levantó la mirada de los papeles que tenía en las manos y en cuanto nuestras miradas se encontraron, una sonrisa apareció en su rostro.
—Dylan, qué sorpresa. Pasa.
Aunque quería quedarme donde estaba, tampoco me apetecía molestar a John. Por ese motivo, entré en el aula y me acerqué a él dejando cierta distancia entre nosotros.
—¿Qué tal estás? Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi.
—Estoy bien. —Antes de continuar, me paré a pensar detenidamente como preguntarle qué hacía aquí sin sonar grosero—. ¿John, qué haces aquí?
—Me han llamado para sustituir a vuestra profesora de Literatura.
—Es verdad... —dije al acordarme de que quedaba poco para que naciera su bebé.
—¿Tu madre cómo está?
—Igual que siempre —le dije apenado—. Hoy voy a ir a verla al hospital. No sé si estarás ocupado esta tarde, pero, ¿te gustaría acompañarme?
John abrió los ojos emocionado y asintió varias veces con la cabeza.
—Claro, me encantaría verla.
Asentí y fijé mi mirada en el suelo.
Se me hacía raro hablar con él sin que mi madre estuviera delante porque, aunque pasé unos días en su casa, no nos dio tiempo a conocernos mucho.
—Estaba a punto de salir a almorzar algo, ¿quieres venir? —me preguntó mientras recogía sus cosas de la mesa y las metía en su maletín.
—No puedo, tengo clase en diez minutos. Pero gracias.
—Entonces, ¿nos vemos a la salida?
—Claro.
Bajamos juntos hasta la última planta y nos detuvimos en la zona de las taquillas.
—La echo mucho de menos.
—Yo también. —Reprimí rápidamente las lágrimas que amenazaban por salir. No podía dejar que nadie me viera llorar, porque entonces sabrían que algo iba mal.
Cuando tuvimos el accidente, las llamadas de John no cesaron. Estaba muy preocupado por nosotros y era normal, habían pasado varios días desde la última vez que habló con mi madre y no sabía qué nos podía haber pasado.
Aunque sabía que mi padre me había amenazado con que si se lo contaba a alguien no me podía imaginar lo que me pasaría, me dio igual. John era la pareja de mi madre y tenía que saber lo que había pasado.
—Adiós. —Se despidió de mí y se dirigió a la puerta principal. Yo, en cambio, entré en la cafetería en busca de mis amigos.
Las horas pasaron rápido y me reuní en el aparcamiento con John. Estaba apoyado en el capó de mi coche y en cuanto me vio, se incorporó para saludarme.
—¿Cómo sabías que este era mi coche? —le pregunté cuando llegué a su lado.
—Te veo llegar por la mañana en él —respondió.
—Cierto —dije mientras entraba en el coche. Esperé a que John también lo hiciera para arrancar el motor y conducir hasta el hospital.
En cuanto llegamos a la recepción, me encontré con Claire que me saludó, como casi todos los días, con una sonrisa. Ya se había acostumbrado a verme por aquí, porque el hospital se había convertido en mi segundo hogar.
—Sígueme.
Llamé al ascensor y una vez dentro, apreté el botón de la segunda planta. Cuando las puertas se abrieron, recorrimos el pasillo hasta la habitación número 206.
Me tomé unos segundos para respirar hondo antes de abrir la puerta y dejar pasar a John.
—Gemma, cariño...
Cuando vio a mi madre tumbada en la camilla, las lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas. Me pidió permiso para acercarse y asentí con la cabeza a modo de respuesta.
En el momento en el que comprobé con mis propios ojos como le cogía la mano y apoyaba su frente en el dorso, me di cuenta de que John quería a mi madre de verdad y que había hecho bien en contarle lo que pasó.
No podía imaginar lo doloroso que debía ser que la persona que quieres desaparezca de la noche a la mañana sin dar explicaciones y aunque me di cuenta más tarde, eso mismo había hecho yo con Madison y me arrepentía muchísimo.
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No temas al amor
Teen FictionNunca creyó que él llegaría a romperle el corazón. Madison creía que el primer amor sería perfecto y que Dylan, el chico de sus sueños, nunca llegaría a romperle el corazón. Pero lo único que necesitaba era algo que la devolviera a la realidad. ...